miércoles, 28 de mayo de 2025

Próximamente: Getafe - Sluts. Una fiesta de viejos rockeros

 

LECTORES: MUY IMPORTANTE.
Por cambios de programación relacionados con los actos de las fiestas de Getafe, el partido anunciado de traslada a día 6, viernes 20 30 de la tarde. Cuando haya cartel nuevo se sustituirá. Perdonen las molestias.

Gente melona y mundial:

Pasamelon.blogspot.com se complace en anunciar un evento de rugby auténtico, amateur, veterano, simpático y buenrollista, con todo el intríngulis y la parafernalia del deporte apepinado. Con su primer tiempo, su segundo y tercero, su pan, su vino y su postre más café, copa y puro. ¡Viva el rugby viejuno!

El sábado 7 de junio en El Bercial de la Capital del Sur (no sé si de Despeñaperros para abajo estarán de acuerdo en esto último : )  al menos 30 hombres y mujeres aparentemente serios se retarán a abrazarse y revolcarse mientras corren en calzones en pos de una almendra mística a la que adoran y miman. 

Como local, Getafe Club de Rugby, trasegando el melón desde la guerra del Yom Kippur, y como visitante Sluts Rugby, que siempre juegan en casa porque son ciudadanos del mundo.

El partido se enmarca dentro de las fiestas de Getafe, y, por su hora de celebración, es una estupenda sugerencia para comenzar la noche del viernes y acercarse al sur de Madrid, porque, amigos, ya lo decía Serrat: el Sur también existe. Hay mucha vida más allá de la M30 y en Getafe hay gente de lo más simpática que os recibirá con los brazos abiertos. 

Y, por supuesto, cómo no, en Getafe hay también gente de rugby. Ya nos conocéis a los pasamelones: no somos los Rolling Stones y no vendemos tantas entradas como Metallica, pero nuestra pasión, alegría y fidelidad a nuestro deporte son legendarias. 

Hay un lugar en el rugby para cada cuerpo y tipo de habilidades, e incluso si tu lugar no está en el campo sino en la grada, también hay un sitio para ti, porque el público del rugby, y los padres, madres y familiares de los jugadores también participan y son considerados parte fundamental de la liturgia del rugby. 

En el rugby se hacen siempre amigos, os lo puedo asegurar. En otros deportes, el público adora a los deportistas, y aquí también, solo que no hay otro deporte donde los jugadores cuiden y mimen tanto a su público. Venid a comprobarlo. 

Lo dicho: ahí os quiero ver.


domingo, 25 de mayo de 2025

V Torneo de Veteranos de Fuencarral a beneficio de ITT Foundation. Qué grande es el rugby.

 

Querida familia del rugby:


Mis compañeros de equipo me han encargado que realice la crónica del V Torneo de Veteranos de Fuencarral a beneficio de ITT Foundation y me encuentro en un serio apuro: no me acuerdo de nada.


Vale que bebí un poco. Después de los partidos, a veces le doy al dulce y luego pasa lo que pasa.


Vale. Sí. Lo admito. Salí del campo cantando La Marsellesa y Els Segadors, abrazado a José e improvisando un catalán mesetario que daba vergüenza oirme.


No voy a escudarme en la masa amorfa. No voy a decir que no fui el único que estaba contento. Reconozco mi culpa: ayer fui feliz.


Muy feliz. Como un niño. Y creo que cualquiera de los participantes, de Badajoz, de Getafe, de Cisneros, de San Isidro o de Fuencarral, compartirá en mayor o menor medida esta felicidad y alegría. Ayer ganamos todos, ganó Fuencarral y ganó el rugby.


Por eso no me acuerdo de alineaciones, partidos ni resultados. Ganó Fuenca, por supuesto, en disputadísima contienda con El Colegio. La Institución. La Academia. Cisneros. Empujando la melé desde 1943. Ahí es nada. 


Más de ochenta años de rugby contemplan a este rival que ayer puso en liza todo el saber estar de un XV que sabía perfectamente a qué jugaba. 


Como en esos grandes encuentros internacionales en que un equipo de menos historial combate con garra, corazón y piernas a otro de más tronío que sabe manejar los tiempos y jugar con disciplina, tirando de casta y galones para hacer que el rival se acabe cociendo en su propia salsa, para lograr una victoria al estilo de los judokas, usando en beneficio propio el ímpetu del rival, Cisneros apretó de lo lindo, pero no pudo con Fuenca, porque ayer, señoras y señores, ayer fuimos mejores estudiantes que los del Colegio. 


Ayer hubo una sinergia de alegría en que de forma inconsciente todo el club se puso de acuerdo en recordar lo aprendido y aplicarlo, para rematar un fin de curso como se debe: con todo aprobado. Dándolo todo. Atendiendo a las palabras de Nico El Capitán: ‘diviértanse, jueguen, jueguen con el corazón. No hay cansancio y no hay dolor, ni miedo de golpearse. Vamos a darlo todo porque para nosotros, cada partido puede ser el último’.


Grande Nico. Gracias, Capitán. Ayer parecías el mismísimo Hugo Porta señalándose el yaguareté del pecho y diciéndole a sus Pumas que con esa camiseta no hay dolor ni cansancio.


Ayer jugamos ese rugby que vive en nuestros sueños. Ese que tiene por banda sonora aquel ‘with a little help from my friends’ de los Beatles entonado con toda la fuerza guerrera de la voz cavernosa de un Joe Cocker. Simplemente corrimos como posesos, defendimos como soldados, atacamos como el séptimo de caballería y placamos y ruckeamos como animales de bellota. Rugby, caballeros, rugby de toda la vida. Sin cuartel. Sin miedo. No mirando a nuestro daño.


Hasta aquí va el resumen de lo que pasó en la final. Mis siguientes palabras son para trabajar en pro de que ese público en general que baraja alguna opción para pasar el domingo se acerque al rugby, y que el próximo año venga al VI Torneo y lo haga más grande aún.


Señoras, señores: este deporte no es solo un deporte. Lo que llamamos rugby o rugby football es una celebración de la vida. El rugby no es solo un desafío físico y técnico para sus practicantes. Es mucho más que eso. Es un código de caballería en el que cada participante se compromete a defender 5 valores: integridad, solidaridad, disciplina respeto y pasión.


 Por eso al rival se le acoge en nuestra casa como invitado de honor y, tras el partido se le invita a compartir la comida del tercer tiempo. Por eso se respeta al árbitro y se espera a que acabe el partido para comentar directa, pero cortésmente con el rival cualquier diferencia de criterio. Por eso se invita al público a comportarse del mismo modo: con respeto, confraternizando. Ayer, amigos y amigas, no solo obramos el milagro del rugby, sino que recaudamos cuanto pudimos en pro de otras personas que necesitan un apoyo para salir adelante. Ayer hicimos lo que un rugbista se compromete a hacer en la vida: dejar su rinconcito del mundo un poco más limpio y bonito de cómo lo encontró.


Feliz domingo, queridos amigos. Felices comidas familiares y felices encuentros. Feliz día de trabajo a quien le haya tocado laburar. Machaca, Krispies, José, Juan, Marmota, Javi, Valerio, Lalo, Cosme… todos. Qué grandes que sois, tíos. Gracias. Gracias por esta alegría. Gracias por el rugby.


1,2,3 ¡Fuenca!





viernes, 23 de mayo de 2025

Gens ovales : Fuencarral Rugby, l’avant-dernier vol du Phénix


À la fin des années 80 et au début des années 90, les équipes de rugby ressemblaient encore aux Village People : un policier, un ouvrier, un Indien, un cow-boy, un motard… Les corps étaient ceux de gens qui travaillaient. Il y en avait des grands, des gros, des petits, des maigres… de toutes sortes. Aller à la salle de sport n'était pas encore une mode. Le rugby restait fondamentalement amateur, et les rares heures que les joueurs pouvaient voler à leur travail et à leur famille, ils les consacraient à jouer et à s’amuser. C’était un rugby rude, parfois violent, mais anti-fitness par essence. Il y avait des poils, des favoris, des boutons, des ballons et toutes les imperfections que peut porter un corps masculin. Personne ne s’épilait la poitrine ni entre les sourcils — on le sait : plus l’homme est laid, plus il est beau, comme dit le proverbe.


Sur la pelouse régnaient les joueurs les plus élégants que le noble jeu ait connus. La France servait du champagne avec Blanco, Sella et compagnie. Les All Blacks jouaient encore ce rugby légendaire à l’envers, où les avants réalisaient des combinaisons, des feintes, des crochets dignes des trois-quarts, et inversement, les trois-quarts plaquaient et chargeaient comme le meilleur des packs. En Australie, régnait l’ailier le plus grandiose que le monde ait vu : David Campo Campese, et son inoubliable « pas de l’oie ». Cet homme peu élégant, qu’on aurait pu prendre pour un ferrailleur, jouait un rugby à la Juan Palomo : il le cuisinait, il le mangeait, il cassait les reins et faisait danser tous ceux qui croisaient sa route. Campo, c’était Campo, et personne ne met de portes au Campo.


Dans le monde hispanophone, l’Argentine était tueuse de géants, une bande d’indomptables couverts de boue et de sang, sauf leur numéro dix, Porta, le footballeur. Cet homme s’était trompé de sport. Il pensait le rugby avec les pieds comme un numéro 10 de football. Il posait le ballon où il voulait, et dropait depuis chez lui.


Et en Espagne, brillait un XV légendaire : Malo, Chupao, Bosco, Javichín, Azkargorta, Blanco, Massoni… C’était l’époque des demis de mêlée napoléoniens : petits et infernaux. Personne n’égalerait l’arrogance basque d’un Díaz Paternáin ni l’élégance nonchalante d’un Coco Torres Morote : ole, et encore ole.


Je me trouvais au troisième mi-temps des vétérans de Fuencarral, à parler de toutes ces choses de vieux rugbymen, à transpirer la haine éternelle du rugby moderne, et à demander à Paco, un Sévillan élégant (comme il se doit), qui servait derrière le bar, un whisky de combat, de ceux qu’on coupe avec du Coca. Je ne voulais pas goûter le bon, le vrai, le très bon, tant que je n’aurais pas vu un match avec au moins un essai à l’aile et un plaquage défensif qui sauve la patrie. Et je disais à Paco que Coco s’approchait de l’ovale comme un Andalou qui prend son temps, avec l’élégance d’un maître de bétail, avec la même pause et le même calme que lorsqu’on verse un fino de Jerez. Et il me dit : « Coco est un ami à moi. » Bordel, je lui réponds : « Tu as joué avec lui ? Dis-lui qu’il a des admirateurs en Castille-La Manche. »


Et voilà que Paco était le numéro 3 de ce pack, champion de Division d’Honneur avec le légendaire Ciencias. Il connaissait tous ces monstres : Ontiveros, Cecilia, les Torres Morote, Bosco… Et ensemble, nous avons évoqué ce match à Séville où ils ont balayé Gernika pour conquérir le titre. Paco est devenu un peu nostalgique en se revoyant à l’écran, sans cheveux gris, poussant en mêlée comme un taureau, depuis la première ligne, dans le rugby le plus joyeux qu’ait vu la peau de taureau (l’Espagne). Moi, j’étais si ému que j’avais besoin d’un autre White Label, mais c’était l’heure du dernier métro, et cette Cendrillon du rugby que je suis devait rentrer chez elle, le cœur gonflé d’avoir pu partager la pastèque avec de telles légendes. C’est ça, une troisième mi-temps à Fuencarral. De l’or pur. Rugby et amitié. Le meilleur de la vie.


Sur le terrain de Tres Olivos, jouent Paco, Valerio, Nahuel, Cyrile, Rapha, Iniesta, Krispy, Machaca… Et Fernando López entraîne l’équipe, un homme de Santander qui donne des ordres avec des jurons rioplatins : « así no, pelotudos ! » À Tres Olivos, on joue un rugby qui ne reviendra plus. Un rugby simple et joyeux, de pères de famille qui s’amusent ensemble, loin du stress de la compétition des jeunes. Les gars de Fuenca jouent tranquillement, car ils n’ont rien à prouver. Et leur coaching est inestimable : ils enseignent avec patience, valorisent le positif, rient du négatif. Et pour le troisième mi-temps, pas de pâtes fades : escalopes au cabrales, omelette maison, fromages fins, bons vins. Et en dessert : de l’eau de feu. Ça, c’est le rugby, messieurs. Sport de gentlemen et de dames aux manières raffinées.


Je dois encore vous dire que Fuenca a le meilleur siège social que j’ai jamais vu : un bar à l’allure de pub irlandais, rempli de souvenirs rugbystiques. Un vrai musée. Et si vous voulez vivre cette ambiance tout en soutenant une bonne cause (ITT Foundation, aide aux populations défavorisées en Espagne et en Gambie), venez au tournoi des vétérans du 24. Chaque bière et chaque tapa contribue à un monde plus humain.


Comme on dit : vive le rugby d’antan!

jueves, 22 de mayo de 2025

Discurso a los jóvenes: nostalgia por el showtime de Ramón Trecet.


De vosotros,

los jóvenes,

espero

no menos cosas grandes que las que realizaron

vuestros antepasados.

Os entrego

una herencia grandiosa:

sostenedla.

Amparad ese río

de sangre,

sujetad con segura

mano

el tronco de caballos

viejísimos,

pero aún poderosos,

que arrastran con pujanza

el fardo de los siglos

pasados.


Ángel González. Pedazo de poeta.


Queridas pasamelonas y queridos pasamelones: les invito a un ejercicio de nostalgia. 


Quiero hacer una sesión de recuerdo hasta el punto de invocar, mediante la nigromancia de la escritura, los sonidos, imágenes, sabores, olores y texturas de un tiempo en que el mundo era jóven y esta Españita nuestra vivía una mañana luminosa tras más de 40 años de negra noche.


Sé de sobra que a los más jóvenes se la va a repanpinflar, como casi todo se la pimpla, pero igualmente me la pimpla a mí, un pollavieja, un carcamal, un carromato que sigue escuchando a Rosendo Mercado y vota y votará siempre por John Caverna. 


A pasota y a kinki no me van a mí a ganar estos triunfitos de ahora, que se deprimen por un quítame de allá esos likes. 


Poco espera este humilde servidor de una generación que no sabe leer, que no escribe, que ha cambiado la camaradería del deporte en equipo por la autolisis del gimnasio, que desprecia a Bogart y admira a Maluma, que no sabe comer, no sabe follar y no fuma. 


Tampoco creo que nuestros padres, los de la era de Acuario, alegremente hippies de los que comían trippies esperaran gran cosa de nosotros, los harapientos (grunge) alumnos de Cobain y de Chris Cornell, expertos en hacernos el seppuku de una forma u otra, siempre dados a la autocompasión, convidados de piedra en este mundo cruel que está dado a la mierda. 


A ojos de nuestros padres éramos tontos de babas,  incapaces e impotentes y teníamos horchata en vez de sangre. Sentir congoja por los de ahora, debe ser el ciclo natural de las cosas. 

Ahora soy yo el viejuno cagón, el Abuelo Cebolleta, el Jeremías.


No obstante yo sé de sobra que entre las nuevas hornadas irritantes habrá inmensas minorías, esclarecidas vanguardias, alegres cofradías que tengan buenas orejas y oigan. 


Hablo, pues, para las mentes más brillantes de la siguiente generación, que estoy seguro que andan por ahí confundidas por la locura, hambrientas, histéricas y desnudas (*), que se arrastran de madrugada por las calles de los negros en busca del jazz y del rock y también del saber y del conocimiento.


Los jóvenes de hoy en día viven acostumbrados a eso que decía el Makinavaja: que uno le da a un botón y sale el precio del perico en Londres y el del basuco en Caracas. Se equivoca uno tanteando una web de servicio técnico, y sale un señor de Bangladesh hablando inglés de Pataliputra. Ofreciendo su ayuda inestimable. Qué pesado.


Antaño una conexión televisiva intercontinental tenía rango de mensaje a la nación. Y ahora los viejos del lugar me van a entender. 


Una retransmisión deportiva lejana en los ochenta, recuerden los de mi edad provecta, se anunciaba con boato diplomático y hasta tenía himno. 


Remember, my friends: minutos antes, mediante subtítulos corridos se anunciaba una ‘conexión internacional con los enviados especiales de tve’ en… qué sé yo, Los Ángeles 84 o Seúl 88; se pedían disculpas por las posibles dificultades de imagen y sonido derivadas de la complejidad técnica del asunto y a veces sonaba el himno de Eurovisión, inconfundible, ‘chan chan chachachán chan chaaan chan…’ ¿Recuerdan a Trecet con sus onomatopeyas? ¡Din don!


Los pequeños teníamos que peinarnos y lavarnos los dientes por si en ese justo instante nos hacían la foto del Meteosat. 


Yo me cuadraba ante la bandera azúl de 12 estrellas y me sentía europeo, que era el espíritu de los tiempos. Queríamos ser Europa. 


Queríamos ser homologados como ciudadanos ilustrados, libres e iguales como esos guiris guapetes que tanto gustaban a nuestras hermanas, adictas a la SuperPop y al Ramazzotti. Queríamos ser cosmopolillas nómadas, como Franco Battiato. Si los italianos, tan parecidos en todo, podían codearse com los anglos y hasta venderles discos, ¿por qué no nosotros, coño? ¿Por qué no exportar las sevillanas, el jamón, la gaseosa…?


Terminaba el himno de Eurovisión y la retransmisión se oía completamente gangosa. 


Eso, chavales, lo hemos perdido. El sonido de los deportes hoy en día superpone el plano de los comentaristas y modula el ruido escénico. 


Antes no. Antes los locutores debían pelearse con todo un estadio para hacerse oir. Recuerden: ‘¡Señoras y señores! Buenas tardes desde el Parque de los Príncipes de París!’ ; se oía a Matías Prats hijo sobre los sones de la Marsellesa, haciendo la entradilla glamurosa para dar paso al muermo, al Plomo de Los Cerralbos, al menosmola de José Ángel de La Casa. Ruido, nieve y caspa informacional. 


Aquel oir al público de París como si fuera un turba rabiosa a punto de asaltar la Bastilla ponía los pelos de punta. Solo oyendo el ruido ambiente ya se sabía que poco iban a poder hacer los Arconada, Gordillo, Carrasco, Manu Sarabia. Ellos tenían la Marsellesa y nosotros a José Ángel de La Casa. Podíamos darnos por jodidos.


Matías, hijo de Matías, de los Matías Prats de Villa del Río, el hijo del Grande, el Embajador; José Ángel, el Muermo de los Cerralbos, el toledano impasible, el insoportable, el cuarto Tenor; Olga Viza, Pedro Barthe, María Escarnio (sic.)... No eran solo periodistas. 


Eran embajadores de España, y comparados a estos margaritos que narran hoy, que no distinguen un destornillador de un Bloody Mary, que son incapaces de pronunciar un apellido francés como Camberabero, que desconocen las convenciones internacionales de transcripción y pronunciación, que confunden ser cosmopolita con irse de despedida de soltero a Bali, que no han leído siquiera la etiqueta del champú del Lidl, que cuando cagan no léen ni fuman, qué no se sabe qué recórcholis han hecho en la facultad, aparte de jugar al mus y chuzarse como piojos; que diríase que sacaron el título en la Tómbola Ecijana, ¡ay Señor! Para esos Chércoles y Lobatos, para esas Carboneros y esos Maldinis, no pido la pena de muerte porque soy liberal (que diría el Manquiña), pero vamos… Prisión permanente revisable sí. Por guarrear ‘el conceto. ¡Ay amigo!, a los hechos me repito.’


Y entre todos estos dioses y diosas del micrófono, de entre todos estos caballeros de la narración y damas enviadas especiales destacaba el Rey Ramón. Ramón, mi Ramón Trecet que estaba cerca de las estrellas. Dotado de ese arrastre de consonantes que se ha perdido por completo en la narración en castellano, capaz de dar matiz con la garganta y con la nariz y ser un humorista serio, al modo inimitable de un Eugenio, saben aquel que diu? Payaso Augusto, maestro de la retranca, genio, genio, genio, genio.


Cómo añoro tu forna de pronunciar Kiki Vandeweghe, Vinnie Lambeer, Michael Lynagh, David Campese… Cómo usabas el ruidito y la onomatopeya, ¡catacróc!, ¡din don! Cómo nos descubriste los secretos del tercer tiempo: que si los All Blacks se encerraban en una habitación para cantar canciones para ellos solos y luego salían encabezados por el que cogía la guitarra hacia el banquete del tercer tiempo como si en vez de el XV del Helecho fueran la tuna compostelana; que si los escoceses se trajeaban para el banquete y no comenzaban a comer hasta acabar entre todos una botella de whisky que presidía siempre la mesa. 


Uno podía sentirse dentro del banquete del tercer tiempo (**). Uno podía oler la colonia de hombre que gastaban estos tipos tras la ducha del partido. 

Ramón: si puedes oirme desde este blog, escúchame: no nos dejes. Te necesitamos, neng, te necesitamos. Para seguir ilustrándonos, por dios, por caridad, por el poder de Greyskull, Ramón. Porque tú sabes de sobra como el Maki, como Adorno, como yo, que en este mundo, podrido y sin ética, lo único que nos queda a los auténticos es la estética. Fin de la cita.


NOTA BENE:

Bien está la nostalgia por el ruido y la nieve pero he de reconocer que lo maravilloso de nuestro tiempo es que uno puede admirar a Michael Jackson y hacerle llegar su encomio en persona. Corrijo: a Michael Jackson no, pero a Keith Richards sí porque es tan inmortal como el Fénix de Fuencarral. Me haría una ilusión de niño vestido de marinerito si, a base de compartir el artículo, esto llega hasta Ramón. Un abrazo, querido locutor, maestro.


OTRA: 

Para quienes echen de menos algo más de rugby en este artículo, aquí va el España-Nueva Zelanda Maorí del 88 en Chapina. La mejor España y el mejor Ramón. El día en que Shelford se peleó con Bosco Abascal y Malo y Shelford acabaron siendo amigos, y Malo acabó yendo a jugar a las Antípodas.


(*) Del inmortal Allen Ginsberg. Aullido. Si no queréis ser como yo, mozos y mozas, leed.


(**) Banquete del tercer tiempo es exactamente como Ramón lo decía, con el dardo en la palabra para definir la solemnidad de aquellos terceros tiempos de una gira, a los que se acudía de traje y corbata, aunque las camisas acabaran por fuera y las corbatas por la espalda tensadas por el talona simulando que daba un paseo perruno al tercera izquierdo.


lunes, 19 de mayo de 2025

Abriendo melones: elogio del rugby amateur. El rugby de toda la vida.

Estimadas señoras, estimados señores: servidor nació más bien torpe y descoordinado por naturaleza. La inteligencia espacial, lateralidad y capacidad de representación de objetos en el espacio que tiene uno es más bien limitadita, dándose la circunstancia, poco habitual de haber sido un niño que, atesorando excelentes notas en casi todas las asignaturas, tenía que amargarse el verano y comerse la bronca por no haber aprobado, adivinen… plástica y visual. 


Aquello de hacer una palmatoria de barro para el día del padre o un muñequito de fieltro sobre una estructura de rollos de papel higiénico para el día de la madre siempre me pareció algo así como un castigo inmerecido. 


¿Para qué cojones querría mi padre un cenicero-palmatoria y por qué diantres tenía mi madre que dedicarse a frotar a mano el desastre de manchas que dejaba en mi ropa tan futil actividad? Y ¿por qué molestarse en hacer estas gilipolleces que acaban en el contenedor de lo no reciclable o formando parte de un barato en un rastrillo de caridad? 


Yo no tenía ni idea de amasar barro, ni ganas. En cambio, tenía un diario que había comenzado a escribir por consejo de mi Abuela, que iba ya por el volumen LXVIII del suyo, así que en vez de hacer un cenicero-palmatoria, era capaz de escribir toda una disertación filosófica sobre la insoportable levedad de hacer artesanías para el día del padre. 


Queda meridianamente claro, pues, que lo mío no era el arte, ni ser tornero de precisión ni pintor ni chapista. Tampoco ningún deporte que necesitara de una gran coordinación, como el patinaje artístico o el tenis. Lo mío era escribir y jugar al rugby. 


Y no es que el rugby no exija una prolija sabiduría del cuerpo. Yo llamo al ruck el ballet de huesos. Equivócate de hombro para placar y verás la risa. Pon el cuello en sentido equivocado en la melé, y las consecuencias pueden ser terribles. Aprovecho desde aquí para tener un gesto de ánimo y de apoyo hacia aquellos que han sufrido terribles lesiones por un error de cálculo o por la estupidez congénita de algún que otro eunuco mental que confunde nuestro deporte, que es un deporte de abrazos, con una excusa para desfogar su odio y su psicoptía.


Me acordé de todo esto en mi último entrenamiento donde, tras muchos gestos técnicos mal interpretados por mi parte, y tras tener que recibir consejos de los más expertos, que tratan con jobiana paciencia de pulir mi forna corajuda pero un poco absurda de entender el juego de ataque, recibí una congratulación del entrenador.


¿Por qué me felicitó? Por hacer el mal. ¿Y cuál es el mal que hice? Hacer caso omiso de la coreografía que planteaban mis compas.


Cayó la pelota entre mis manos y vi la puerta entornada. No abierta. Entornada.


Entornada quiere decir: dos defensas, de los cuáles uno deja hueco y el otro va en tu trayectoria pero de refilón. Una evaluación rápida del impacto daba como resultado que esa puerta podía abrirse por el módico precio de media hostia. No una, sino media. Así que para romper la defensa, solo era cuestión de aprovechar el despiste del defensor izquierdo y ocupar el medio cuerpo que dejaba el derecho sin darle tiempo a armar el hombro correcto. Así que TPL (to p’alante) y a hacer la del Duende Tortuga. A la mierda el plan de ataque.


Mis compañeros me regañaron por esta manía que tengo de estropearlo todo, pero el Míster vino en mi ayuda. ‘Ven? Rugby de toda la vida. A cabezazos. Bien. De qué trataba el ejercicio? De romper la defensa. Si ves el hueco, lo atacas. Punto’. 


Me encanta la forma modular y evolutiva en que ve Fernando López el arte de entrenar rugby. Aprendemos juego moderno y elaborado, pero si el rival deshace la estrategia, o si el azar lo propicia, volvemos al ABC del rugby de toda la vida: atacar al hueco, fijar y pasar o comerse la hostia.


Toda la vida es eso. ‘Tenía planes para todo y al final hice lo que pude con la gente que estaba cerca y me dio su apoyo’. El rugby no para de enseñarnos cosas, y Fernando tampoco.


¿Y por qué les cuento esta milonga? Porque el noble juego peligra. La profesionalización ha ayudado,sin duda, a promocionar globalmente el rugby, y ha resuelto la ridícula situación a la que dio lugar la exigencia de amateurismo durante décadas y décadas. 


Acuérdense de Michael Robinson, nuestro entrañable Robin, que jugaba rugby y fútbol. En vez de un tuercebotas corajudo, podría haber sido un ocho de leyenda, pero tenía que ganarse la vida, y por eso escogió el fútbol. 


Esta bien que la gente cobre un dinero por hacer un trabajo. Parece un cosa muy obvia, pero a finales de los ochenta, las rancias estructuras federativas aún eran refractarias a tan perogrullescas verdades. Ahora tenemos un problema en sentido contrario.


Diríase que la Federación solo trabaja en pro del profesionalismo. Diríase que solo recoge frutos allí donde abundan, y tiene un poco olvidada la promoción del deporte oval en regiones como la mía, que son tierra de misiones, y, a clubes de los más humildes, que apenas se tienen en pie, les exige requisitos que en nada se adaptan a las dificultades que tienen los menos pudientes para pagar campos, fichas, seguros y desplazamientos.


EMHO(*): el rugby profesional debería ser una fiesta de artistas que nace de la vitalidad del rugby de toda la vida: el de amigos. 


Tener un mundial con profesionales está muy bien, pero es un rugby de mentirijillas. 


Verán: los actores y actrices porno son verdaderos atletas que se toman el trabajo en serio y dominan la técnica, dando vida a un espectáculo de audiencia global, que está bien para quien le guste, pero ¿cambiarían ustedes el amor por el porno? Antes de que más de uno me responda que sí, que ya me lo huelo, les recordaré que psicólogos y educadores nos insisten en que hablemos con los jóvenes y les enseñemos a no confundir porno con sexo normal. 


Pues con el rugby pasa lo mismo. El verdadero rugby es el que nace de la comunidad y de los valores del deporte, y no ese combate de cachalotes, y eso es lo que deberíamos enseñar a nuestra alegre juventud. El deporte como celebración de la vida y no la celebración de un espectáculo practicado por unos pocos que consagran su vida al deporte.


Personalmente abomino de la efímera fama (ahora la llaman viralidad) alcanzada por la anatomía sugerente de algunos guapísimos miembros del equipo de sevens. Y me parto de risa cuando celebramos la clasificación al mundial olvidando que ha hecho falta que el número de selecciones se amplíe para que nuestro rugby vuelva a esta cita, y olvidando que nos hemos perdido los dos últimos por no saber hacer las cosas bien y darnos a la chapuza y al tente mientras cobro. 


Para esa clase de lector paciente que aguanta mis estúpidos recuerdos acerca de la mula que me pateó la infancia y mis obscenas comparaciones entre el rugby y el amor, me queda decir que Fuencarral Rugby celebra este sábado 24 de mayo un torneo de veteranos, con el concurso de varios buenos equipos. 


Animo al aficionado experto y al bisoño a pasarse por el Campo de Tres Olivos para ayudarnos a obrar el milagro de siempre: el de un deporte de truhanes practicado por caballeros, con un público igual de chispeante que de educado, con toda la mística y el ritual, con las arengas de los capitanes, con los pasillos de aplausos, con los abrazos entre contrarios, con las disculpas educadas tras los inevitables golpes, con la hermandad y con el cristiano propósito de amar al enemigo en el tercer tiempo, con la buena comida y el buen bebercio, con ese público que está invitado a confundirse con los artífices del espectáculo y con el propósito de ayudar con nuestro empuje solidario a salir adelante a comunidades muy desfavorecidas. Damas y caballeros, esto es rugby, y lo demás son pelis de gladiadores.


(*) En mi humilde opinión.

jueves, 15 de mayo de 2025

Crónica de un partido de rugby que nunca existió. En un lugar de La Mancha.


Queridas aficionadas y queridos aficionados al deporte apepinado: he de confesaros que, a pesar de los viajes, las lecturas y los estudios, a pesar de haber vivido en distintas ciudades y países y a pesar de tener una familia globalizada con gente de tres continentes, crecí siendo un chico de pueblo. De barrio de pueblo. De barrio obrero de pueblo industrial. De pequeña ciudad castellana y manchega, y ahora que ya voy para mayor, he acabado por hacer cosas de viejo de pueblo. 


Respeto a los cosmopolitas, políglotas y excelentes. Leo y me ilustro con el ejemplo de los grandes, pero las personas que más he admirado en la vida son mis abuelos y abuelas, gentes sencillas apenas capaces de leer y escribir ‘despacico y buena letra’ como dice el decir. Españolitos anónimos de lentejas y habichuelas, cocido los sábados y croquetas para el domingo. Gente de la que madruga, que diría el Ínclito. 


Y, pues, ustedes verán, al llegar el domingo los de pueblo nos levantamos dos horas antes que en la capital, porque vamos a horario solar; ni GMT +2 ni hostias. 


Si ya pueden verse las uvas, ya se puede vendimiar. Los viejos de mi tierra nos hacemos el lavado del gato y nos vamos al bar, porque el bar es la anarquía y la utopía, tan querida a los varones iberos, de un mundo sin dios ni amo donde no manda patrón ni esposa ni suegra ni médico de cabecera y todo se tira al suelo. Se opina y se berrea, se porfía y se odia. Se conspira y se escupe por un colmillo. Se profieren dicterios contra el gobierno, se aboga por la vuelta de Paco, se cuelga de los pulgares al Coletas… Todo es paz y es armonía.


A las siete de la mañana ya está abierto el Restaurante La Mancha. Comida tradicional manchega desde los años 70. Tiene una situación privilegiada para los deportistas, cercana al polideportivo, en una avenida diseñada y planificada como hacemos aquí las cosas en la Carpetovetonia Ultramontana: de forma que quepan al mismo tiempo el séquito de la Reina Madre, el cuadro de baile de Taylor Swift y una tractorada. Vamos: que se pueden aparcar dos autobuses. Literalmente. Así que es costumbre que los equipos deportivos que visitan la ciudad aparquen justo en frente, dejando caer una riada de chavales y chavalas de colorido uniforme.


Los colegiales se agolpan frente a la barra pidiendo medios bocadillos, y se juntan con los ciclistas de la tercera edad, sanchopanzas de la bici, de piernas poderosas y vientre elefantiásico, con los jockeys de galgos, todos portadores de Barbour falso y pulserita de España, los baloncestistas, tan largos como un trinquete, los que crían palomas, émulos de Don Pantuflo Zapatilla.


El domingo en La Mancha parece la villa olímpica y es entonces cuando los viejos bacines nos hacemos la guía del ocio. ¿Hay maratón? Allá que vamos. ¿Tiro a pichón? ¿Por qué no? ¿Tiro al alcalde? ¡Pues venga! Siempre que sea gratis… Y mira: ahí están los del rugby.


Los del rugby no tienen autobús. No tienen chándal uniformado y se les conoce por cómo se abrazan. Vienen de todos los pueblos de esta tierra media y, como los hobbits, desayunan dos veces. Se echaron en casa alguna magdalenilla y ahora van por el Completo, el bocadillo de la casa que tiene de todo: grasa animal y vegetal saturada e insaturada, queso, tortilla, magreta, a saber. 


Una avanzadilla de entre ellos se destaca hacia el campo para revisar las líneas y montar el kit de transformar porterías de fútbol en haches de rugby. La cosa no queda del todo bien y a estas alturas tres ingleses del Somerset ya se han tirado por la ventana, pero es lo que hay. Bastante contento esta el equipo con que el ayuntamiento ceda el campo. Y agradecidísimo al trabajador del Instituto Municipal de Deportes que ha puesto todo su amor en aprender a hacer la cincuenta, la diez y la veintidós. 


Van llegando las novias, esposas, familiares y acompañantes, y también el equipo femenino, que hoy no juega pero siempre apoya. Los retoños montan corros en el campo y se pasan el oval.


Falta más de una hora para el partido pero los del rugby ya están ahí precalentando. Se juega como se entrena, dice el entrenador. Adelante, pues, un Farley. Dos muchachos de azabache, que corren como gacelas, se destacan sobre el grupo: son los alas. Los pilieres y los flankers no se dan tanto brío. Los más veteranos echan el bofe, se pide cardio, ‘¡Coño, más cardio!’, ‘menos burpees y más cardio’. Los forwards forman junto al in goal. Los backs se juntan con el entrenador de tres cuartos. Cada batallón con su alférez.


¿Y dónde están los visitantes? Pues mire usted, no han llegado. En la grada corren las pipas, la cerveza y el tintorro. Se piropea a los guapos se ningunea a los feos, se anima a los más torpes, castigados a flexiones por dejar caer el balón. ¡Vamos Jesu! ¡Ese Pepe! ¡Ánimo chicos! ¡Hoy sí que sí! 


Llega el árbitro y pide un lineman por cada equipo. ‘Nosotros tenemos uno, pero es que el rival todavía no ha llegado’, respinde el capitán. Bueno, pues dadle el banderín al local y que vaya calentando.


Banderines no hay ni uno, pero alguien tiene en el coche un banderín de España de una vez que por ahí anduvo aplaudiendo alguna reina, o alguna infanta; ya no se acuerda. Es igual, banderita para el lineman. Y el público socarrón, manchego, iconoclasta, le pude que la levante y prorrumpe en vivas a España. ‘¡El orgullo del tercer mundo!’, dice un cachondo en la grada.


Y el rival, pues que no viene. Así. Como lo oyes. Que no van a venir. Que se jodió el partido.


Suenan juramentos en polaco y arameo. Los niños lloran. Las madres les suenan los mocos. Alguien dice que mejor cambiar de liga, que en esta pasa lo que pasa. El capitán manda callar y pide formar el círculo. Los 23 convocados se abrazan sobre la cincuenta. Habla el capitán. Todos escuchan: ‘Esto es lo que hay, chavales. Ya nos la han vuelto a hacer estos tíos, pero el tercer tiempo ya está apalabrado y no lo vamos a perdonar’.


NOTA FINAL: Agradezco al lector la paciencia y el temple de haber llegado hasta aquí, compartiendo la frustración que yo tengo por un partido que no se disputó. Este artículo va dedicado a ti, lectora, lector, probablemente rugbista, hombre o mujer curtido en el barro y en la cal, que conoces bien estas frustraciones e ingratitudes del rugby de verdad, el de tu pueblo o tu barrio. Y también va dedicado a Pepe Malatesta, que compró su billete de Renfe desde Albacete a Alcázar para venir a verme jugar un partido que nunca existió con un equipo de cuyo nombre no quiero acordarme.


martes, 13 de mayo de 2025

Gente ovalada: Fuencarral Rugby, el penúltimo vuelo del Fénix.

A finales de los ochenta y principios de los noventa, los equipos de rugby seguían siendo como los Village People: un policía, un obrero, un indio, un vaquero, un motero… Los cuerpos eran cuerpos de gente trabajadora. Los había grandes y gordos, por supuesto, y pequeños, y flacuchos… de toda laya y pelaje. Lo de machacarse en el gimnasio no era la tónica dominante. El rugby seguía siendo eminentemente amateur y las pocas horas que los rugbistas eran capaces de detraerle a su trabajo y familia las invertían en jugar y divertirse. Era un rugby duro, a veces violento, pero era un deporte en contra de la tortura del gym. Había pelo, patillas, granos, pelotas y cuantas imperfecciones alberga el cuerpo masculino. Nadie se depilaba la pechera ni el entrecejo, ya se sabe, el hombre como el oso, cuanto más feo más hermoso.


En el verde reinaban los tipos más elegantes que ha visto el noble juego. Francia repartía champagne con los Blanco, Sella y compañía. Los all blacks jugaban aún su legendario rugby al revés, donde los delanteros desplegaban una fantasía de cruces, fintas y dummies cual si fueran tres cuartos y, viceversa, los tres cuartos percutían, placaban y ruckeaban como el mejor paquete de gordos. En Australia reinaba el mejor ala que ha visto el globo: David Campo Campese, con su inolvidable paso del ganso. Aquel tipo nada elegante que bien podrías confundir con el propietario de un desgüace jugaba ese rugby de Juan Palomo. Él se lo comía, él se lo guisaba y él solito rompía la cintura y ponía a bailar a todo aquel que se cruzara por su carril. Campo era Campo, y nadie le pone puertas al campo. Y en el mundo de habla española tenías una Argentina matagigantes, con una cuadrilla de tipos indomables siempre pringados de barro y de sangre, a excepción del diez, Porta: el futbolista. Ese tipo que se equivocó de deporte. Porta pensaba y ejecutaba el rugby con el pie como si en vez de medio apertura hubiera nacido mediapunta. Ponía el balón donde quería y dropeaba desde su casa. Y en España brillaba un XV de leyenda, com los Malo, Chupao, Bosco, Javichín, Azkargorta, Blanco, Massoni… Era una época de medios de melé Napoleón: chiquititos y cabrones. Nadie alcanzará la chulería vasca de un Díaz Paternaín ni la elegancia parsimoniosa de un Coco Torres Morote: ole con ole.


Andaba yo por el tercer tiempo de Fuencarral Veteranos, hablando de estas cosas de viejunos, supurando odio eterno al rugby moderno y pidiéndole a Paco, un sevillano elegante, como tiene que ser, que estaba dentro de la barra repartiendo bebida, un whisky de batalla, apto para aliñar Coca Cola, que el rico rico rico que me estaban ofreciendo no lo quería probar hasta lograr un partido con al menos un ensayo por el ala y un placaje defensivo de los que salvan otro, mientras le decía a Paco que Coco se acercaba al oval como andaluz de paso lento, con la elegancia de un mayoral de bravo, con la misma pausa y temple con que se venencia el fino de Jerez y va y me dice: Coco es amigo mío. Coño, le digo: ¿Coincidiste con él? Dile de mi parte que tiene admiradores en La Mancha y, vaya con Dios. Paco resulta ser el 3 de aquel paquete, y es campeón de DH con aquel legendario Ciencias. Y conoce y es amigo de todos esos monstruos: Ontiveros, Cecilia, los Torres Morote, Bosco… Y rememoramos juntos aquel partido en Sevilla donde arroyaron al Gernika y conquistaron el título. Paco se muestra algo nostálgico cuando se ve en la pantalla sin canas, empujando melés con la fuerza de un toro, comenzando desde la primera línea el rugby más alegre que ha visto la piel de toro. Y yo estoy tan emocionado que necesito otro White Label, pero da la hora del último metro y esa Cenicienta del rugby que soy yo tiene que volver a casa, llena de ilusión por tener la posibilidad de compartir el melón con tales excelencias. Así es un tercer tiempo de Fuencarral. Oro puro. Rugby y amistad. Lo mejor de la vida.


En el Campo de Tres Olivos juega Paco, juega Valerio, juegan Nahuel, Cyrile, Rapha, Iniesta, Krispy, Machaca… Y entrena al equipo Fernando López, un santanderino que da las voces de mando con juramentos rioplatenses: ‘así no, pelotudos’. En Tres Olivos se juega un rugby que ya no volverá. Un rugby fácil y alegre de padres de familia que se divierten juntos, alejado de la tensión competitiva del rugby de jóvenes. Los de Fuenca juegan al paso porque nada tienen que demostrar. Y su coaching es impagable. Enseñan con paciencia, premian lo positivo, se ríen de lo negativo, y, para el tercer tiempo, nada de macarrones pasados de mierda: escalopines al cabrales, tortilla casera, quesos escogidos, buenos caldos. Y para el postre, agua de fuego. Que esto es el rugby, señores. Deporte de caballeros y de damas de piquito fino y formas educadas.


Me queda por decirles que Fuenca tiene la mejor sede que he visto: un bareto con ínfulas de pub irlandés repleto de recuerdos de rugby. Un museo. Y si quieren conocer el ambiente y donar a una buena causa (ITT Foundation, ayuda a colectivos desfavorecidos en España y Gambia), vengan a ver el torneo de veteranos que organizan el próximo día 24. Cada cerveza y cada tapita ayudan a conseguir un mundo mejor y mas humano. Lo dicho: viva el rugby viejuno.

Abriendo melones: es el rugby elitista?


No hay cosa que le guste más a un paleto que meterse en follones y armar pendencias, y yo, gañán de mi, pecador, y además del barrio de La Pradera, tengo aquí un melón atao en la cochera que me está diciendo zape y estoy deseando abrir. 


Viene esto al hilo de una conversación con mi suegra, que está de visita en Madrid. La buena señora, que vive en un país de oriente medio, de cuyo nombre nadie quiere acordarse, cuando le digo que juego al rugby, me imagina como un rugbista de su país, esto es: imagina que formo parte de una élite de políglotas educados en liceos ingleses y franceses y que jugué en la universidad. Que en vez de a la versión asiática de la Tuna Complutense me apunté al rugby para mantener el cuerpo en forma y formar parte de una cofradía de hijosdalgo de esos que escandalizan viudas, desfacen doncellas y arman entuertos. Nada más lejos de la realidad.


Comoquiera que dato mata relato, voy a darles las cifras orientativas de mi presupuesto de rugby y unas notas sobre la extracción sociológica de mis compañeros y compañeras para que vean que, lejos de ser un deporte elitista, el rugby es barato. Verbigratia.


Gigantes de La Mancha tiene unas cuotas que son públicas: si quieres entrenar y jugar algún amistoso, 60 euros al año; 100 euros al año si quieres jugar la liga amateur, y solo 10 euros al año si no juegas ni entrenas pero quieres apoyar al desarrollo del rugby en la Comarca (y en toda la Tierra Media) y ser campeón de terceros tiempos. Las cuotas de Fuencarral Rugby, club que ha cometido la imprudencia de admitirme como socio, son ligeramente más elevadas, pero no mucho si se tiene en cuenta que la Corte es siempre más cara que la Villa, y que el Fuenca es un club de veteranos, social y no competitivo, y que la parte del león del gasto se va en el pago de una sede pequeñita pero llena de encanto, donde se disfruta de unos terceros tiempos al modo de una sociedad gastronómica donde los miembros cocinan especialidades de toda España y de todos los países de procedencia de los rugbistas del club. Muéranse de envidia los vascos con sus cofradías del buen comer, porque nosotros por cuatro pesetas tenemos condumio y además deporte.


En Gigantes juegan personas de todo el arco sociológico de la comarca manchega: jornaleros, artesanos, obreros, practicantes de profesiones liberales… Solo nos falta algún royal. Si alguna persona se ve en problemas económicos para entrenar y jugar, se hace lo posible porque rugby es solidaridad. En Fuencarral, idem de profesiones, eadem de procedencias, idem de integridad, pasión, disciplina, respeto y solidaridad. Huelga decir que hay gente de todos los rincones del globo.


A esta cuota de membresía (que a veces incluye ayudas para los viajes), conviene sumar el precio de una equipación. Podemos estimar 20 euros de botas y otros 20 para un kit completo de camiseta, pantalón y medias. Subámoslo a 40 para un uniforme de juego del equipo (no un conjuntito básico para entrenar). 60 euros de equipación.


Añádase un seguro deportivo. El mío cuesta 80 euros. Pongamos 100. Ergo:

100 euros membresía (incluye el pago del campo de entrenamiento)

60 euros de equipación 

100 euros de seguro


El rugby aficionado sale por un precio estimable de 260 euros al año. Compárese este precio con los de un gimnasio, con los abonos para ver el fútbol, con el precio de una bicicleta y un club de ciclismo, y no digamos con el precio del esquí, el golf o el motociclismo. El rugby en el centro de la península no tiene nada de elitista. Es un deporte accesible a casi cualquier salario, y además si uno está en el paro o no tiene medios, los compañeros le arriman unas botas y una equipación y a jugar.


Pero el debate viene de antiguo, y como todo lo que tiene que ver este deporte de castrojos practicado por cabrones simpáticos, está lleno de historia, ritual y simbolismo, y dicha historia procede de forma dialéctica, dando lugar a momentos que preceden a su opuesto y que se repiten: unas veces como sainete y otras como tragedia. El relato, sujeto a debate, bien puede ser el siguiente.


Fútbol y rugby proceden ambos del fútbol medieval, llamado football en Inglaterra y soule en Francia. Recuerde el lector que en estos tiempos, Inglaterra y la normandía francesa forman parte del musmo ámbito cultural, siendo el francés la lengua culta en Inglaterra. Honni soit qui mal y pense.


Los partido de football en estos tiempos son piques entre pueblos y entre barrios, y consisten en una somanta de hostias entre tirios y troyanos en pugna por una vejiga de cerdo hinchada u objeto análogo que hay que llevar a terreno propio. Hay que robar la vejiga como se pueda y llevarla a la meta propia por lo civil o por lo criminal. La dirección de juego puede cambiar según la costumbre comarcal y puede ser al contrario: llevar la vejiga a la meta del vecino.


Similitudes con el fútbol: un buen boche pasa por encima de la multitud y gana metros.


Similitudes con el rugby: 1) contacto físico y pase - evasión o contacto; 2) La forma del balón; 3) Un buen boche … Idem.


El mob football es, pues, el momento ideal del año para las venganzas y la violencia gratuita. ¡Están locos estos ingleses! ¿No? Pues no tanto, españoles: ellos lo hacen como fiesta popular, por carnaval o similar. Y se molestan en hacer una pelota rudimentaria y dos señales de meta. Nosotros los celtiberos preferimos la guerra civil, en cualquier día o estación del año, y nada de vejigas hinchadas; bardeo y manta, plomo, hacha y guadaña. Y nada de pitido inicial: a hierro, a saco y a traición si es necesario. Estará de acuerdo el lector en que nosotros somos más hijos de cabra y ellos un poco más hijos de la Gran Bretaña. 


Llegados al siglo de las luces, los aristócratas juegan al jeu de paume: el antecedente real del tenis, tan francés y tan inglés como el football, pero necesita cancha y tiene unas normas anglonormandamente retorcidas. Nosotros seguimos a lo nuestro: toros y sangre o sangre sin toros, acero toledano y plomo de Almadén. Tonterías las justas. Pero en Francia y en Inglaterra, se pone de moda que los aristócratas hagan cosas de plebeyos para divertirse. En los palacios de Francia, hay granjitas escuela para que las damas de alta alcurnia jueguen a ser campesinas y hasta ordeñan vaquitas. Siempre le gustó a los de sangre azul eso de ser campechanos para un ratillo de asueto.


Y es entonces cuando los juegos populares y aristocráticos pasan a ser glosados en las enciclopedias. Son folklore. Forman parte de lo volkisch, y como toda diversión popular, a los pijos les fascina. Los infantes de la casa de Borbón se disfrazan de chulos y de majas para emborracharse con el pueblo y disfrutan del cocido y del fighter wine. 


Vamos llegando al romanticismo y aparecen los Humboldt y los Byron del mundo, y nos legan la ciencia moderna, la etnología y la geografía humana. Un pringado en la barra de un bar se emborracha, pero un pijoaparte hace antropología.


Y en esta corriente de admiración hacia lo popular, aparece el sport. El deporte. Los colegios ingleses de élite inventan normas que civilizan esos juegos populares para convertirlos en una herramienta educativa. Les suena eso del deporte de truhanes practicado por caballeros? Acaba de nacer el football moderno. Es elitista o popular? Es la adaptación elitista de un juego popular, del mismo modo que el pollo tikka masala es la britanización de un plato indio infinitamente más picante.


Los colegios adaptan el football y los profesores y estudiantes se encargan de difundirlo a todo el mundo. Es entonces cuando se produce la famosa anécdota del alumno díscolo que cogió el balón con la mano y corrió con él hasta el in goal contrario en el Colegio de Rugby, pero no se engañen: el relato es apócrifo. Y ucrónico. En este momento fundacional de los dos deportes hermanos, fútbol rugby y fútbol soccer, cada escuela tiene sus reglas y no sólo la de rugby permite jugar con la mano; tampoco las escuelas que juegan al ‘dribbling game’ (regateo con el pie) le hacen ascos al placaje o la zancadilla. Para los que han llegado hasta aquí, es interesante saber que es en estos tiempos cuando nace el try (ensayo). ¿Y por qué tiene ese nombre? Pues porque posar el balón en la línea de marca (in goal) contrario no daba puntos, sino el derecho a un intento (try) de patada a palos (conversion). Nosotros usamos ensayo y transformación en vez de try y conversión porque nuestros profesores de rugby fueron los franceses y no los británicos.


Pasamos ya con holgura el ecuador del siglo XIX y es entonces cuando delegados de diversos colegios privados británicos se reúnen en Londres para acordar un reglamento unificado y se produce la bronca entre los partidarios del juego con las manos y el contacto y los pertidarios del juego con el pie y contacto mínimo. Rugger y Soccer acaban de nacer oficialmente. Ambos deportes se popularizan enormemente, pero por alguna razón, el fútbol permea hacia todas las clases sociales y hacia el mundo entero. La clase trabajadora arrebata el soccer a los colegios elitistas y lo convierte en el juego del pueblo, mientras que el rugby queda algo más limitado al ámbito del imperio británico (a pesar de que los franceses hacen muchos esfuerzos para no ser menos en esto del trasiego de melones), y sigue ligado a las profesiones liberales, a la aristocracia, a los colegios y universidades y al ejército.


Ningún factor por sí solo explica este fenómeno. Son múltiples y variados y vemos a tratar de explicarlos en orden de importancia. La explicación aquí expuesta es una opinión propia y el debate es bienvenido. Comenten y opinen.


¿Por qué las clases populares prefirieron el menos rudo de los dos deportes? Puede experimentarlo el lector. Busque a seis chavales sin mucha experiencia en ambos deportes y déles un balón redondo y otro ovalado. Es de esperar que lo primero que hagan sea patear ambos. Preferirán el balón redondo y se pondrán a dar pasecitos. Eso de soltar la pierna parece ser un ansiolítico natural que libera tensiones (pregunten si no al bueno de Eric Cantona).


Patear y driblar con un balón redondo es algo que se aprende de forma casi instintiva. Admite tecnificación, por supuesto, pero con cuatro piedras ya tenemos un campo. Habrá patadas a la espinilla y demás fechorías, pero se detectan con facilidad. Jugar fútbol parece necesitar menos enseñanza, y pitar fútbol también. Yo mismo lo compruebo en cada partido que veo. Cuando veo fútbol lo veo todo clarinete, mientras que en cada ruck y cada maul de rugby tengo que poner concentración para saber qué coño está pitando el sir.


Así pues, podemos suponer que dar pataditas al balón redondo es casi instintivo, mientras que pasar, fijar y placar necesita de una instrucción mínima para no salir del lance con dos vértebras rotas. A esto de que el fútbol es más sencillo hay que añadirle el hecho de que la facción rugby siempre insistió en el amateurismo. En el norte de Inglaterra se inventó el Rugby League para dar salida a quienes no veían inconveniente en cobrar un salario por hacer un trabajo (esa maníq que tienen los pobres), pero los profesionales siempre estuvieron mal vistos por las instancias federativas del rugby inglés, dominadas siempre por las clases altas. No fue así en Francia, donde el profesionalismo encontró menor oposición, hasta el punto de que los galos estuvieron excluidos durante muchos años del V Naciones por tal motivo.


Aparte de estas razones, amateurismo y dificultad de aprendizaje, hay otra razón por la que el rugby se hizo elitista: la posibilidad de lesionarse. En un tiempo en que se cobraba por horas o por día trabajado, un obrero no podía arriesgarse a una fractura o una contusión. Si no disponía de su cuerpo, no podía ganarse el sustento. Aún hoy en países como Españistán puedes perder un puesto de trabajo por una lesión de rugby, o no ser contratado porque no les gusta que juegues.


No sucedía esto en las minas de Gales, donde si un trabajador sufría el despido por lesionarse con el rugby, la comunidad reaccionaba en solidaridad, y ese día nadie iba a trabajar a las minas. 


En España, el rugby ha estado tradicionalmente asociado a las universidades, y no es hasta los años ochenta en que estas empiezan a hacerse accesibles para todos, de ahí que aún haya gente que piensa que es un deporte para pocos.


Podemos concluir, pues, que aunque en general la clase social de los practicantes de rugby ha sido de obrero cualificado en adelante tradicionalmente, esto no ha sido así siempre y en todo momento. El rugby galés nunca fue elitista. Tampoco el neozelandés, ni mucho menos el polinesio. Con Francia, ocurre parecido. 


Actualmente, con la llegada del profesionalismo, las cosas han cambiado por completo. Si alguna vez el rugby fue elitista, ya no lo es. Al menos en países con una seguridad social y derechos laborales adecuados.

Queda, pues, el asunto sujeto a debate y opinión. Comenten, queridas lectoras. Ahora el melón está en su espuerta.

Este artículo va dedicado a Johnny y Checar. Alma de la delantera mesetaria. Jabalíes implacables. Manchegos de pura cepa.




Gente ovalada: Gigantes de La Mancha. Vente a jugar

A ver qué equipo presume de tres cuartos flamencos y toreros

Lectoras y lectores: aquí va la primera entrega sobre anónimos equipos de rugby repartidos por la Piel de Toro y parte del extranjero. En cada uno de ellos hay decenas de historias de gente ovalada y abollada, con costras en las rodillas y moratones en el vientre, toda ella variopinta en origen e idiosincrasia pero unida en torno a los cinco pilares del noble juego: solidaridad para sacar adelante los partidos y la vida (aquí no hay estrellitas del rock), disciplina para lograr un deporte limpio y una vida mejor, pasión para lograr con el corazón todo aquello que la cabeza demanda, respeto por el compañero, por el contrario y por el género humano e integridad, porque este es un deporte de mujeres y hombres hechos de una sola pieza, sin trampa ni cartón, sin media suela. Gente noble que va de cara. Gente valiente. Gente de rugby.


Pero me estoy yendo por la broza, diantres, que yo lo que quería hoy es comenzar la reseña de los mil entrañables equipos de dios que pueblan Españistán y habrá que comenzar por el más entrañable y querido, claro; el de la patria de uno, claro. El de mi comarca, claro. Así hacemos los gañanes genuinos: viva mi pueblo, copón. Y los de La Mancha somos patriotas de aldea. Ninguna patria merece una guerra, pero mi pueblo… no sé. Alcázar, París y Londres, y siempre por ese orden.


El Club de Rugby Gigantes de La Mancha nació de la iniciativa de unos Quijotes del rugby a mediados de la segunda década del tercer milenio. El nombre, cómo no, hace alusión a los molinos de viento, seña de identidad del paisaje comarcal, que Don Quijote confunde con gigantes para espanto del buen Sancho. ‘Tierra de Gigantes’ es también el lema turístico promovido por el Ayuntamiento de Campo de Criptana, el cual se imprime en pegatinas que identifican el coche de un criptanense de Bilbao a la Arganzuela y de Villaverde a Perth.


Y ahora mis compañeros y compañeras, que algunos que saben leer me estarán leyendo, se van a cagar en mis muertos cuando diga que a mi no me gusta el nombre, pero ajo y agua, que para eso pago la membresía. Lo siento, pero amén de paleto, yo soy un clásico, un pedante y un cosmopolilla de obediencia escocesa antigua y aceptada. Arroz pegao. 


Y digo que a mí me gusta la forma británica y sencilla, noble y elegante de ‘comunidad representada RFC’ o sea: Llanelli, Bristol University, London Welsh‌, Old Etonians, Bar La Cueva… Lo que sea RFC. Porque si le pones RFC, ya eres la hostia con mahonesa y con ketchup: Rugby Football Club. Porque este es un juego british lleno de tradiciones y de historia y los buenos aficionados saben que rugby es una forma breve de decir ‘fútbol según las reglas de la Escuela de Rugby’ y de recordar el debate, acaecido en la Free Masons Tavern de Londres a finales del siglo XIX para establecer el reglamento del fútbol entre la facción liderada por los delegados de Rugby, que defendían el uso de las manos y el placaje, y el resto de delegados de otras escuelas privadas inglesas, que preferían jugar solo con los pies, para que las nobles posaderas de sus mimados retoños no acabaran revolcadas en el barro como la panza del vulgo. Los partidarios del tackle se acabaron indignando y se marcharon, mientras que los partidarios del juego al piececito, suave suavesito, acabaron fundando la Football Asociation. De ahí que al fútbol se le llame ‘soccer’ (fútbol a la manera de la Asociación) y al rugby ‘rugger’ (fútbol al modo de Rugby). Rugger es el deporte y no el practicante, aviso a navegantes, y rugbier, en inglés simplemente no existe. Es un ultracultismo: una palabra que pretende ser noble y que acaba resultando una gañanada; segundo aviso: si queréis hacer referencia a un rugby player o jugador de rugby, decid rugbista que es como la RAE acepta, y así demostráis que aparte de inglés sabéis román paladino.


¡Recórcholis! Que toda esta chapa pedante era solo para decir que no me gustan los nombres al estilo ‘Lagartos de Villacarrillo’ o ‘Chirimoyos de Motril’. Antaño se hacía de la siguiente manera: se fundaba el Motril RFC y se encargaba bordar en las camisetas un chirimoyo, que quedaba así elevado a flor heráldica, o se creaba el Tomelloso RFC y se bordaba un conejo rampante sobre la pechera. Después, la afición y la épica popular acababan apodando al equipo por su flor o animal heráldico: los chirimoyos bravos, los conejos rampantes o, caso de la selección japonesa, los valientes capullos. En La Mancha nos pirran los motes, leñe, pero las madres manchegas les ponen a sus hijos nombre de santo, y no ‘Apreturas’, ‘Carajcombro’ ni ‘Pisacristos’. Ya se encarga la buena gente de hacer apodos y epítetos. Eso de ponerse nombres de animalitos lo dejo para la gente que se quedó cantando ‘Tigres, Leones’ en un concierto de Torrebruno, y los únicos cuentos de animales que aguanto son ‘Rebelión en la granja’ y la versión anime de Sherlock Holmes.


Pues eso: que yo hubiera preferido La Mancha RFC y un cardo borriquero por emblema, pero esto lo inventó gente de Campo de Criptana y ellos sabrán por qué, que para eso tienen cabeza. Nos quedamos con un balón y un molino por emblema y perdemos la ocasión de poner una buena alcachofa silvestre con todos sus pinchos, un melón piel de sapo, una flor de azafrán, una buena amapola o una mariquita como un demonio. O tempora, o mores.


Pero a lo que iba. Hay que agradecer a Criptana la iniciativa, a Argamasilla el coraje, a Alcázar la hospitalidad, y a Tomelloso más, el haber creado un equipo comarcal con un par de melones. Algo que une a La Mancha, siempre empeñada en la guerra cantonal que tanto nos gusta: Tomelloso versus Argamasilla, Alcázar versus Criptana y Criptana versus Arenales de San Gregorio. Aquí representamos a la comarca, todos unidos por nuestro melón querido, por nuestra almendra heráldica, por los valores de nuestro deporte. Comunidad, comarca, Bolsón.


Si alguien quiere entrenar, la hora de las caricias es 20 30 los martes y los jueves en el Campo de Atletismo de Alcázar de San Juan, que el Ayuntamiento nombra de forma anodina como Campo C y que yo propongo nombrar en honor a los que más saben del equipo: bien Álvaro Furillo, el Sabio del Mancha Centro, bien Carlos Benezet, el Sargento de Hierro, bien Víctor Blanco Flores, amado líder, último Rey de Portugal, señor de las bestias de la tierra y de los peces del mar. Gracias a la colaboración del Ayuntamiento, y que dure, por favor, tenemos campo de hierba natural que ni en División de Honor, oiga. Hay gente de toda laya, juventud alegre y combativa, veteranos de todas las guerras, masculino, femenino, seven y fluído. Somos rugby de pueblo. Orgullo de pueblo, y nuestros terceros tiempos son fama. Se hacen en La Taberna de Lyly, sita en Calle Júpiter,13600, Moñigolandia. La sede que nos acoge es regentada por gente de tierra de rugby, alcazareños de Rumanía, pues para quien lo ignore, en la tierra de Drácula se juega al rugby que es un primor. Producen pilieres robustos y talonas hermosos. Por algo los llaman los robles. La clientela habla lo mismo dariya o tamazigh que rumano, manchego, murciano, cubano y panocho. Lo mismo se pone a Modern Talking que a Pimpinela, y si coincide el equipo de rugby con la cuadrilla flamenca, hay jam session y repiqueteo con pick and go de cerveza y alitas de pollo. Somos orgullosamente diversos y blasonamos el respeto. Si estás en contra de los extranjeros, las mujeres o los homosexuales, te mandaremos amablemente a tomar por el culo pero deseando que te guste. Vente a entrenar, vente a ver partidos, vente a La Lyly y disfruta de esto que es más que un deporte. Es un modo de vivir, es orgullo y es respeto. Al rugby venimos a ser mejores personas, créeme. Un paleto no te va a engañar, criatura.



De cómo un paleto de La Mancha recibió su bautismo de rugby. ¿Clavículas para qué?

Mesetarians volviendo de un partido en tierras andaluzas. Jabalíes en reposo.

Yo, señores, soy de La Mancha, así que, como podrán imaginar, de rugby en la infancia no aprendí una mierda, a pesar de lo cual me fascinaba este deporte de burros jugado por gente inteligente: arquitectos, ingenieros, médicos, abogados, incluso algún policía. 

Mis primeros recuerdos de rugby son del ínclito Ramón Trecet, que está cerca de las estrellas, comentando con su fina ironía algún Francia Inglaterra o algún Arquitectura Santboiana. Me fascinaba este deporte de caballeros en paños menores, algo cenutrios y patrioteros, que no cobraban un duro por jugarse la osamenta por el honor y la gloria de un cardo, de una rosa, o, peor aún, de un capullo de flor de cerezo.

Corrían los ochenta en La Mancha, y suerte que el entrenador de la selección de baloncesto era oriundo de estas latitudes, porque si no, no se hubiera conocido deporte alguno que no fuera el fútbol, o si acaso el ciclismo, esfuerzos y afanes que eran considerados viriles y acordes con el espíritu patrio; con la furia y la raza. Todo lo demás eran cosas de pijos, afeminados, comunistas o todo ello a la vez. Jugar al rugby en La Mancha era tan quijotesco y desquiciado como hacerle la competencia a la Coca Cola desde una fábrica local de gaseosas y sifones, y eso que el temple y la idiosincrasia de la raza manchega, así como las características propias de las labores agrícolas en tierra de viñas y melones hacen de mis compatriotas un capital humano de un potencial considerable para el trato con el oval.

Piense el lector en la cosecha y trasiego de melones, los cuales han de pasar de mano en mano y de mano a espuerta sin caerse, so pena de pérdida de la posesión y bronca al canto, o en la dinámica vendimiatoria, donde cada uno avanza por su hilo, traspasando su zona solo para asistir a otro compañero, y haciendo avanzar el trabajo de modo que el corte va hacia adelante pero el capacho va hacia atrás siempre entre dos, al más puro estilo you'll never walk alone. Piense el lector también en la postura de recolección de la uva 'al escocote', la cual castiga el riñón de modo que el cuerpo permanece bajo pero las rodillas no se doblan hasta el punto de hincarse en tierra (lo cual se llama vendimiar rezando y está muy mal visto), y los brazos abrazan los sarmientos con la calidez y delicadeza con la cual se abarca el corpachón de una tía abuela pasada de magdalenas y no me digan ustedes que no es buen entrenamiento para la postura defensiva que apunta al placaje bajo, duro y ganador.

Yo, queridas lectoras y queridos lectores, pues, nunca pensé que pudiera aprender a jugar al rugby en La Mancha, y me limitaba a ver algún partido que la cortesía de algún buen amigo me deparaba, pues tampoco estoy suscrito a la plataforma que posee los derechos de grandes torneos, así que cuando supe que habían creado un equipo en mi pueblo por poco me explota la cabeza y corrí a comprarme unas calzonas sin bolsillos, una zamarra ajustada y unas botas inglesas de buenos tacos que conseguí a un precio muy barato por estar completamente pasadas de moda. 

Mas ignoré que mi tiempo había pasado y que tenía ya más años de cotización que Marcelino Camacho, más panza que un Robert Smith y mas rocanrol en el cuerpo que un Rosendo Mercado, y al primer ruck improvisado caí de tal modo y manera que por poco me parto la clavícula izquierda. Menos mal que teníamos entre los coequipiers a un médico rugbista, veterano de mil guerras, que me asistió verbalmente con la siguiente enseñanza: 'Mira: las clavículas son un resto evolutivo de cuando nuestros antepasados caminaban al estilo simio. Realmente no sirven para nada, así que sigue jugando, y si no, pues a urgencias. Bienvenido al rugby'. Aprendí de este modo la primera lección del rugby manchego; un rugbista no se queja y un manchego no se queja. Si acaso, por lo bajini, se caga en dios.

Queda, pues, relatado cómo llegó un humilde servidor a este noble deporte y quedan ustedes invitados a seguir las andanzas de un manchego errante que juega al rugby de veteranos. Me hace ilusión contarles cómo me adiestraron estos chicos fuertes, cuanto cariño me dieron y cuánta pupa me hicieron hasta que por motivos laborales cambié de comunidad autónoma y conocí los entrenamientos sin contacto, que no sabía que existían. Me apetece relatarles el adorable ambiente de los campos de tercera y de non league categories, sea en Madrid, en mi tierra o en el extranjero. Les voy a contar dónde hay bares del tercer tiempo y dónde pasar una tarde deliciosa mejorando el pase Zeppelin o practicando la zancadilla francesa. Bienvenidos al rugby viejuno: amateur, mileurista y cervecero. No hay deporte como este y no hay ambiente como el de un Gigantes de La Mancha - Arlequines de Miguelturra, y en cuanto a la gente, no se dejen engañar por la cara de malas pulgas que gastan a veces. Son unos angelitos y unas querubinas que no se meten con nadie. Eso sí: procure que no se les acaben ni la cerveza ni las alitas de pollo. Lo dicho: bienvenidos a un blog de deporte humilde. Orgullosamente humilde.

Este artículo va dedicado a Los Álvaros: Álvaro padre y Álvaro hijo. Dos generaciones de rugbistas duros en el campo y sabios en la calle, que saben de rugby lo que nadie sabe y que tienen el poder mutante de beber cerveza y a la vez pasar el control de alcoholemia. Lo nunca visto.



Camí de Sitges amb els Sluts: vol. III. On the road.

Pròleg: De soldats, mercenaris i sluts. -- El Capi i el Capo ‘Ningú a la companyia sabia qui era aquell legionari tan lleial i temerari ...