No hay cosa que le guste más a un paleto que meterse en follones y armar pendencias, y yo, gañán de mi, pecador, y además del barrio de La Pradera, tengo aquí un melón atao en la cochera que me está diciendo zape y estoy deseando abrir.
Viene esto al hilo de una conversación con mi suegra, que está de visita en Madrid. La buena señora, que vive en un país de oriente medio, de cuyo nombre nadie quiere acordarse, cuando le digo que juego al rugby, me imagina como un rugbista de su país, esto es: imagina que formo parte de una élite de políglotas educados en liceos ingleses y franceses y que jugué en la universidad. Que en vez de a la versión asiática de la Tuna Complutense me apunté al rugby para mantener el cuerpo en forma y formar parte de una cofradía de hijosdalgo de esos que escandalizan viudas, desfacen doncellas y arman entuertos. Nada más lejos de la realidad.
Comoquiera que dato mata relato, voy a darles las cifras orientativas de mi presupuesto de rugby y unas notas sobre la extracción sociológica de mis compañeros y compañeras para que vean que, lejos de ser un deporte elitista, el rugby es barato. Verbigratia.
Gigantes de La Mancha tiene unas cuotas que son públicas: si quieres entrenar y jugar algún amistoso, 60 euros al año; 100 euros al año si quieres jugar la liga amateur, y solo 10 euros al año si no juegas ni entrenas pero quieres apoyar al desarrollo del rugby en la Comarca (y en toda la Tierra Media) y ser campeón de terceros tiempos. Las cuotas de Fuencarral Rugby, club que ha cometido la imprudencia de admitirme como socio, son ligeramente más elevadas, pero no mucho si se tiene en cuenta que la Corte es siempre más cara que la Villa, y que el Fuenca es un club de veteranos, social y no competitivo, y que la parte del león del gasto se va en el pago de una sede pequeñita pero llena de encanto, donde se disfruta de unos terceros tiempos al modo de una sociedad gastronómica donde los miembros cocinan especialidades de toda España y de todos los países de procedencia de los rugbistas del club. Muéranse de envidia los vascos con sus cofradías del buen comer, porque nosotros por cuatro pesetas tenemos condumio y además deporte.
En Gigantes juegan personas de todo el arco sociológico de la comarca manchega: jornaleros, artesanos, obreros, practicantes de profesiones liberales… Solo nos falta algún royal. Si alguna persona se ve en problemas económicos para entrenar y jugar, se hace lo posible porque rugby es solidaridad. En Fuencarral, idem de profesiones, eadem de procedencias, idem de integridad, pasión, disciplina, respeto y solidaridad. Huelga decir que hay gente de todos los rincones del globo.
A esta cuota de membresía (que a veces incluye ayudas para los viajes), conviene sumar el precio de una equipación. Podemos estimar 20 euros de botas y otros 20 para un kit completo de camiseta, pantalón y medias. Subámoslo a 40 para un uniforme de juego del equipo (no un conjuntito básico para entrenar). 60 euros de equipación.
Añádase un seguro deportivo. El mío cuesta 80 euros. Pongamos 100. Ergo:
100 euros membresía (incluye el pago del campo de entrenamiento)
60 euros de equipación
100 euros de seguro
El rugby aficionado sale por un precio estimable de 260 euros al año. Compárese este precio con los de un gimnasio, con los abonos para ver el fútbol, con el precio de una bicicleta y un club de ciclismo, y no digamos con el precio del esquí, el golf o el motociclismo. El rugby en el centro de la península no tiene nada de elitista. Es un deporte accesible a casi cualquier salario, y además si uno está en el paro o no tiene medios, los compañeros le arriman unas botas y una equipación y a jugar.
Pero el debate viene de antiguo, y como todo lo que tiene que ver este deporte de castrojos practicado por cabrones simpáticos, está lleno de historia, ritual y simbolismo, y dicha historia procede de forma dialéctica, dando lugar a momentos que preceden a su opuesto y que se repiten: unas veces como sainete y otras como tragedia. El relato, sujeto a debate, bien puede ser el siguiente.
Fútbol y rugby proceden ambos del fútbol medieval, llamado football en Inglaterra y soule en Francia. Recuerde el lector que en estos tiempos, Inglaterra y la normandía francesa forman parte del musmo ámbito cultural, siendo el francés la lengua culta en Inglaterra. Honni soit qui mal y pense.
Los partido de football en estos tiempos son piques entre pueblos y entre barrios, y consisten en una somanta de hostias entre tirios y troyanos en pugna por una vejiga de cerdo hinchada u objeto análogo que hay que llevar a terreno propio. Hay que robar la vejiga como se pueda y llevarla a la meta propia por lo civil o por lo criminal. La dirección de juego puede cambiar según la costumbre comarcal y puede ser al contrario: llevar la vejiga a la meta del vecino.
Similitudes con el fútbol: un buen boche pasa por encima de la multitud y gana metros.
Similitudes con el rugby: 1) contacto físico y pase - evasión o contacto; 2) La forma del balón; 3) Un buen boche … Idem.
El mob football es, pues, el momento ideal del año para las venganzas y la violencia gratuita. ¡Están locos estos ingleses! ¿No? Pues no tanto, españoles: ellos lo hacen como fiesta popular, por carnaval o similar. Y se molestan en hacer una pelota rudimentaria y dos señales de meta. Nosotros los celtiberos preferimos la guerra civil, en cualquier día o estación del año, y nada de vejigas hinchadas; bardeo y manta, plomo, hacha y guadaña. Y nada de pitido inicial: a hierro, a saco y a traición si es necesario. Estará de acuerdo el lector en que nosotros somos más hijos de cabra y ellos un poco más hijos de la Gran Bretaña.
Llegados al siglo de las luces, los aristócratas juegan al jeu de paume: el antecedente real del tenis, tan francés y tan inglés como el football, pero necesita cancha y tiene unas normas anglonormandamente retorcidas. Nosotros seguimos a lo nuestro: toros y sangre o sangre sin toros, acero toledano y plomo de Almadén. Tonterías las justas. Pero en Francia y en Inglaterra, se pone de moda que los aristócratas hagan cosas de plebeyos para divertirse. En los palacios de Francia, hay granjitas escuela para que las damas de alta alcurnia jueguen a ser campesinas y hasta ordeñan vaquitas. Siempre le gustó a los de sangre azul eso de ser campechanos para un ratillo de asueto.
Y es entonces cuando los juegos populares y aristocráticos pasan a ser glosados en las enciclopedias. Son folklore. Forman parte de lo volkisch, y como toda diversión popular, a los pijos les fascina. Los infantes de la casa de Borbón se disfrazan de chulos y de majas para emborracharse con el pueblo y disfrutan del cocido y del fighter wine.
Vamos llegando al romanticismo y aparecen los Humboldt y los Byron del mundo, y nos legan la ciencia moderna, la etnología y la geografía humana. Un pringado en la barra de un bar se emborracha, pero un pijoaparte hace antropología.
Y en esta corriente de admiración hacia lo popular, aparece el sport. El deporte. Los colegios ingleses de élite inventan normas que civilizan esos juegos populares para convertirlos en una herramienta educativa. Les suena eso del deporte de truhanes practicado por caballeros? Acaba de nacer el football moderno. Es elitista o popular? Es la adaptación elitista de un juego popular, del mismo modo que el pollo tikka masala es la britanización de un plato indio infinitamente más picante.
Los colegios adaptan el football y los profesores y estudiantes se encargan de difundirlo a todo el mundo. Es entonces cuando se produce la famosa anécdota del alumno díscolo que cogió el balón con la mano y corrió con él hasta el in goal contrario en el Colegio de Rugby, pero no se engañen: el relato es apócrifo. Y ucrónico. En este momento fundacional de los dos deportes hermanos, fútbol rugby y fútbol soccer, cada escuela tiene sus reglas y no sólo la de rugby permite jugar con la mano; tampoco las escuelas que juegan al ‘dribbling game’ (regateo con el pie) le hacen ascos al placaje o la zancadilla. Para los que han llegado hasta aquí, es interesante saber que es en estos tiempos cuando nace el try (ensayo). ¿Y por qué tiene ese nombre? Pues porque posar el balón en la línea de marca (in goal) contrario no daba puntos, sino el derecho a un intento (try) de patada a palos (conversion). Nosotros usamos ensayo y transformación en vez de try y conversión porque nuestros profesores de rugby fueron los franceses y no los británicos.
Pasamos ya con holgura el ecuador del siglo XIX y es entonces cuando delegados de diversos colegios privados británicos se reúnen en Londres para acordar un reglamento unificado y se produce la bronca entre los partidarios del juego con las manos y el contacto y los pertidarios del juego con el pie y contacto mínimo. Rugger y Soccer acaban de nacer oficialmente. Ambos deportes se popularizan enormemente, pero por alguna razón, el fútbol permea hacia todas las clases sociales y hacia el mundo entero. La clase trabajadora arrebata el soccer a los colegios elitistas y lo convierte en el juego del pueblo, mientras que el rugby queda algo más limitado al ámbito del imperio británico (a pesar de que los franceses hacen muchos esfuerzos para no ser menos en esto del trasiego de melones), y sigue ligado a las profesiones liberales, a la aristocracia, a los colegios y universidades y al ejército.
Ningún factor por sí solo explica este fenómeno. Son múltiples y variados y vemos a tratar de explicarlos en orden de importancia. La explicación aquí expuesta es una opinión propia y el debate es bienvenido. Comenten y opinen.
¿Por qué las clases populares prefirieron el menos rudo de los dos deportes? Puede experimentarlo el lector. Busque a seis chavales sin mucha experiencia en ambos deportes y déles un balón redondo y otro ovalado. Es de esperar que lo primero que hagan sea patear ambos. Preferirán el balón redondo y se pondrán a dar pasecitos. Eso de soltar la pierna parece ser un ansiolítico natural que libera tensiones (pregunten si no al bueno de Eric Cantona).
Patear y driblar con un balón redondo es algo que se aprende de forma casi instintiva. Admite tecnificación, por supuesto, pero con cuatro piedras ya tenemos un campo. Habrá patadas a la espinilla y demás fechorías, pero se detectan con facilidad. Jugar fútbol parece necesitar menos enseñanza, y pitar fútbol también. Yo mismo lo compruebo en cada partido que veo. Cuando veo fútbol lo veo todo clarinete, mientras que en cada ruck y cada maul de rugby tengo que poner concentración para saber qué coño está pitando el sir.
Así pues, podemos suponer que dar pataditas al balón redondo es casi instintivo, mientras que pasar, fijar y placar necesita de una instrucción mínima para no salir del lance con dos vértebras rotas. A esto de que el fútbol es más sencillo hay que añadirle el hecho de que la facción rugby siempre insistió en el amateurismo. En el norte de Inglaterra se inventó el Rugby League para dar salida a quienes no veían inconveniente en cobrar un salario por hacer un trabajo (esa maníq que tienen los pobres), pero los profesionales siempre estuvieron mal vistos por las instancias federativas del rugby inglés, dominadas siempre por las clases altas. No fue así en Francia, donde el profesionalismo encontró menor oposición, hasta el punto de que los galos estuvieron excluidos durante muchos años del V Naciones por tal motivo.
Aparte de estas razones, amateurismo y dificultad de aprendizaje, hay otra razón por la que el rugby se hizo elitista: la posibilidad de lesionarse. En un tiempo en que se cobraba por horas o por día trabajado, un obrero no podía arriesgarse a una fractura o una contusión. Si no disponía de su cuerpo, no podía ganarse el sustento. Aún hoy en países como Españistán puedes perder un puesto de trabajo por una lesión de rugby, o no ser contratado porque no les gusta que juegues.
No sucedía esto en las minas de Gales, donde si un trabajador sufría el despido por lesionarse con el rugby, la comunidad reaccionaba en solidaridad, y ese día nadie iba a trabajar a las minas.
En España, el rugby ha estado tradicionalmente asociado a las universidades, y no es hasta los años ochenta en que estas empiezan a hacerse accesibles para todos, de ahí que aún haya gente que piensa que es un deporte para pocos.
Podemos concluir, pues, que aunque en general la clase social de los practicantes de rugby ha sido de obrero cualificado en adelante tradicionalmente, esto no ha sido así siempre y en todo momento. El rugby galés nunca fue elitista. Tampoco el neozelandés, ni mucho menos el polinesio. Con Francia, ocurre parecido.
Actualmente, con la llegada del profesionalismo, las cosas han cambiado por completo. Si alguna vez el rugby fue elitista, ya no lo es. Al menos en países con una seguridad social y derechos laborales adecuados.
Queda, pues, el asunto sujeto a debate y opinión. Comenten, queridas lectoras. Ahora el melón está en su espuerta.
Este artículo va dedicado a Johnny y Checar. Alma de la delantera mesetaria. Jabalíes implacables. Manchegos de pura cepa.