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Mesetarians volviendo de un partido en tierras andaluzas. Jabalíes en reposo. |
Yo, señores, soy de La Mancha, así que, como podrán imaginar, de rugby en la infancia no aprendí una mierda, a pesar de lo cual me fascinaba este deporte de burros jugado por gente inteligente: arquitectos, ingenieros, médicos, abogados, incluso algún policía.
Mis primeros recuerdos de rugby son del ínclito Ramón Trecet, que está cerca de las estrellas, comentando con su fina ironía algún Francia Inglaterra o algún Arquitectura Santboiana. Me fascinaba este deporte de caballeros en paños menores, algo cenutrios y patrioteros, que no cobraban un duro por jugarse la osamenta por el honor y la gloria de un cardo, de una rosa, o, peor aún, de un capullo de flor de cerezo.
Corrían los ochenta en La Mancha, y suerte que el entrenador de la selección de baloncesto era oriundo de estas latitudes, porque si no, no se hubiera conocido deporte alguno que no fuera el fútbol, o si acaso el ciclismo, esfuerzos y afanes que eran considerados viriles y acordes con el espíritu patrio; con la furia y la raza. Todo lo demás eran cosas de pijos, afeminados, comunistas o todo ello a la vez. Jugar al rugby en La Mancha era tan quijotesco y desquiciado como hacerle la competencia a la Coca Cola desde una fábrica local de gaseosas y sifones, y eso que el temple y la idiosincrasia de la raza manchega, así como las características propias de las labores agrícolas en tierra de viñas y melones hacen de mis compatriotas un capital humano de un potencial considerable para el trato con el oval.
Piense el lector en la cosecha y trasiego de melones, los cuales han de pasar de mano en mano y de mano a espuerta sin caerse, so pena de pérdida de la posesión y bronca al canto, o en la dinámica vendimiatoria, donde cada uno avanza por su hilo, traspasando su zona solo para asistir a otro compañero, y haciendo avanzar el trabajo de modo que el corte va hacia adelante pero el capacho va hacia atrás siempre entre dos, al más puro estilo you'll never walk alone. Piense el lector también en la postura de recolección de la uva 'al escocote', la cual castiga el riñón de modo que el cuerpo permanece bajo pero las rodillas no se doblan hasta el punto de hincarse en tierra (lo cual se llama vendimiar rezando y está muy mal visto), y los brazos abrazan los sarmientos con la calidez y delicadeza con la cual se abarca el corpachón de una tía abuela pasada de magdalenas y no me digan ustedes que no es buen entrenamiento para la postura defensiva que apunta al placaje bajo, duro y ganador.
Yo, queridas lectoras y queridos lectores, pues, nunca pensé que pudiera aprender a jugar al rugby en La Mancha, y me limitaba a ver algún partido que la cortesía de algún buen amigo me deparaba, pues tampoco estoy suscrito a la plataforma que posee los derechos de grandes torneos, así que cuando supe que habían creado un equipo en mi pueblo por poco me explota la cabeza y corrí a comprarme unas calzonas sin bolsillos, una zamarra ajustada y unas botas inglesas de buenos tacos que conseguí a un precio muy barato por estar completamente pasadas de moda.
Mas ignoré que mi tiempo había pasado y que tenía ya más años de cotización que Marcelino Camacho, más panza que un Robert Smith y mas rocanrol en el cuerpo que un Rosendo Mercado, y al primer ruck improvisado caí de tal modo y manera que por poco me parto la clavícula izquierda. Menos mal que teníamos entre los coequipiers a un médico rugbista, veterano de mil guerras, que me asistió verbalmente con la siguiente enseñanza: 'Mira: las clavículas son un resto evolutivo de cuando nuestros antepasados caminaban al estilo simio. Realmente no sirven para nada, así que sigue jugando, y si no, pues a urgencias. Bienvenido al rugby'. Aprendí de este modo la primera lección del rugby manchego; un rugbista no se queja y un manchego no se queja. Si acaso, por lo bajini, se caga en dios.
Queda, pues, relatado cómo llegó un humilde servidor a este noble deporte y quedan ustedes invitados a seguir las andanzas de un manchego errante que juega al rugby de veteranos. Me hace ilusión contarles cómo me adiestraron estos chicos fuertes, cuanto cariño me dieron y cuánta pupa me hicieron hasta que por motivos laborales cambié de comunidad autónoma y conocí los entrenamientos sin contacto, que no sabía que existían. Me apetece relatarles el adorable ambiente de los campos de tercera y de non league categories, sea en Madrid, en mi tierra o en el extranjero. Les voy a contar dónde hay bares del tercer tiempo y dónde pasar una tarde deliciosa mejorando el pase Zeppelin o practicando la zancadilla francesa. Bienvenidos al rugby viejuno: amateur, mileurista y cervecero. No hay deporte como este y no hay ambiente como el de un Gigantes de La Mancha - Arlequines de Miguelturra, y en cuanto a la gente, no se dejen engañar por la cara de malas pulgas que gastan a veces. Son unos angelitos y unas querubinas que no se meten con nadie. Eso sí: procure que no se les acaben ni la cerveza ni las alitas de pollo. Lo dicho: bienvenidos a un blog de deporte humilde. Orgullosamente humilde.
Este artículo va dedicado a Los Álvaros: Álvaro padre y Álvaro hijo. Dos generaciones de rugbistas duros en el campo y sabios en la calle, que saben de rugby lo que nadie sabe y que tienen el poder mutante de beber cerveza y a la vez pasar el control de alcoholemia. Lo nunca visto.
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