jueves, 22 de mayo de 2025

Discurso a los jóvenes: nostalgia por el showtime de Ramón Trecet.


De vosotros,

los jóvenes,

espero

no menos cosas grandes que las que realizaron

vuestros antepasados.

Os entrego

una herencia grandiosa:

sostenedla.

Amparad ese río

de sangre,

sujetad con segura

mano

el tronco de caballos

viejísimos,

pero aún poderosos,

que arrastran con pujanza

el fardo de los siglos

pasados.


Ángel González. Pedazo de poeta.


Queridas pasamelonas y queridos pasamelones: les invito a un ejercicio de nostalgia. 


Quiero hacer una sesión de recuerdo hasta el punto de invocar, mediante la nigromancia de la escritura, los sonidos, imágenes, sabores, olores y texturas de un tiempo en que el mundo era jóven y esta Españita nuestra vivía una mañana luminosa tras más de 40 años de negra noche.


Sé de sobra que a los más jóvenes se la va a repanpinflar, como casi todo se la pimpla, pero igualmente me la pimpla a mí, un pollavieja, un carcamal, un carromato que sigue escuchando a Rosendo Mercado y vota y votará siempre por John Caverna. 


A pasota y a kinki no me van a mí a ganar estos triunfitos de ahora, que se deprimen por un quítame de allá esos likes. 


Poco espera este humilde servidor de una generación que no sabe leer, que no escribe, que ha cambiado la camaradería del deporte en equipo por la autolisis del gimnasio, que desprecia a Bogart y admira a Maluma, que no sabe comer, no sabe follar y no fuma. 


Tampoco creo que nuestros padres, los de la era de Acuario, alegremente hippies de los que comían trippies esperaran gran cosa de nosotros, los harapientos (grunge) alumnos de Cobain y de Chris Cornell, expertos en hacernos el seppuku de una forma u otra, siempre dados a la autocompasión, convidados de piedra en este mundo cruel que está dado a la mierda. 


A ojos de nuestros padres éramos tontos de babas,  incapaces e impotentes y teníamos horchata en vez de sangre. Sentir congoja por los de ahora, debe ser el ciclo natural de las cosas. 

Ahora soy yo el viejuno cagón, el Abuelo Cebolleta, el Jeremías.


No obstante yo sé de sobra que entre las nuevas hornadas irritantes habrá inmensas minorías, esclarecidas vanguardias, alegres cofradías que tengan buenas orejas y oigan. 


Hablo, pues, para las mentes más brillantes de la siguiente generación, que estoy seguro que andan por ahí confundidas por la locura, hambrientas, histéricas y desnudas (*), que se arrastran de madrugada por las calles de los negros en busca del jazz y del rock y también del saber y del conocimiento.


Los jóvenes de hoy en día viven acostumbrados a eso que decía el Makinavaja: que uno le da a un botón y sale el precio del perico en Londres y el del basuco en Caracas. Se equivoca uno tanteando una web de servicio técnico, y sale un señor de Bangladesh hablando inglés de Pataliputra. Ofreciendo su ayuda inestimable. Qué pesado.


Antaño una conexión televisiva intercontinental tenía rango de mensaje a la nación. Y ahora los viejos del lugar me van a entender. 


Una retransmisión deportiva lejana en los ochenta, recuerden los de mi edad provecta, se anunciaba con boato diplomático y hasta tenía himno. 


Remember, my friends: minutos antes, mediante subtítulos corridos se anunciaba una ‘conexión internacional con los enviados especiales de tve’ en… qué sé yo, Los Ángeles 84 o Seúl 88; se pedían disculpas por las posibles dificultades de imagen y sonido derivadas de la complejidad técnica del asunto y a veces sonaba el himno de Eurovisión, inconfundible, ‘chan chan chachachán chan chaaan chan…’ ¿Recuerdan a Trecet con sus onomatopeyas? ¡Din don!


Los pequeños teníamos que peinarnos y lavarnos los dientes por si en ese justo instante nos hacían la foto del Meteosat. 


Yo me cuadraba ante la bandera azúl de 12 estrellas y me sentía europeo, que era el espíritu de los tiempos. Queríamos ser Europa. 


Queríamos ser homologados como ciudadanos ilustrados, libres e iguales como esos guiris guapetes que tanto gustaban a nuestras hermanas, adictas a la SuperPop y al Ramazzotti. Queríamos ser cosmopolillas nómadas, como Franco Battiato. Si los italianos, tan parecidos en todo, podían codearse com los anglos y hasta venderles discos, ¿por qué no nosotros, coño? ¿Por qué no exportar las sevillanas, el jamón, la gaseosa…?


Terminaba el himno de Eurovisión y la retransmisión se oía completamente gangosa. 


Eso, chavales, lo hemos perdido. El sonido de los deportes hoy en día superpone el plano de los comentaristas y modula el ruido escénico. 


Antes no. Antes los locutores debían pelearse con todo un estadio para hacerse oir. Recuerden: ‘¡Señoras y señores! Buenas tardes desde el Parque de los Príncipes de París!’ ; se oía a Matías Prats hijo sobre los sones de la Marsellesa, haciendo la entradilla glamurosa para dar paso al muermo, al Plomo de Los Cerralbos, al menosmola de José Ángel de La Casa. Ruido, nieve y caspa informacional. 


Aquel oir al público de París como si fuera un turba rabiosa a punto de asaltar la Bastilla ponía los pelos de punta. Solo oyendo el ruido ambiente ya se sabía que poco iban a poder hacer los Arconada, Gordillo, Carrasco, Manu Sarabia. Ellos tenían la Marsellesa y nosotros a José Ángel de La Casa. Podíamos darnos por jodidos.


Matías, hijo de Matías, de los Matías Prats de Villa del Río, el hijo del Grande, el Embajador; José Ángel, el Muermo de los Cerralbos, el toledano impasible, el insoportable, el cuarto Tenor; Olga Viza, Pedro Barthe, María Escarnio (sic.)... No eran solo periodistas. 


Eran embajadores de España, y comparados a estos margaritos que narran hoy, que no distinguen un destornillador de un Bloody Mary, que son incapaces de pronunciar un apellido francés como Camberabero, que desconocen las convenciones internacionales de transcripción y pronunciación, que confunden ser cosmopolita con irse de despedida de soltero a Bali, que no han leído siquiera la etiqueta del champú del Lidl, que cuando cagan no léen ni fuman, qué no se sabe qué recórcholis han hecho en la facultad, aparte de jugar al mus y chuzarse como piojos; que diríase que sacaron el título en la Tómbola Ecijana, ¡ay Señor! Para esos Chércoles y Lobatos, para esas Carboneros y esos Maldinis, no pido la pena de muerte porque soy liberal (que diría el Manquiña), pero vamos… Prisión permanente revisable sí. Por guarrear ‘el conceto. ¡Ay amigo!, a los hechos me repito.’


Y entre todos estos dioses y diosas del micrófono, de entre todos estos caballeros de la narración y damas enviadas especiales destacaba el Rey Ramón. Ramón, mi Ramón Trecet que estaba cerca de las estrellas. Dotado de ese arrastre de consonantes que se ha perdido por completo en la narración en castellano, capaz de dar matiz con la garganta y con la nariz y ser un humorista serio, al modo inimitable de un Eugenio, saben aquel que diu? Payaso Augusto, maestro de la retranca, genio, genio, genio, genio.


Cómo añoro tu forna de pronunciar Kiki Vandeweghe, Vinnie Lambeer, Michael Lynagh, David Campese… Cómo usabas el ruidito y la onomatopeya, ¡catacróc!, ¡din don! Cómo nos descubriste los secretos del tercer tiempo: que si los All Blacks se encerraban en una habitación para cantar canciones para ellos solos y luego salían encabezados por el que cogía la guitarra hacia el banquete del tercer tiempo como si en vez de el XV del Helecho fueran la tuna compostelana; que si los escoceses se trajeaban para el banquete y no comenzaban a comer hasta acabar entre todos una botella de whisky que presidía siempre la mesa. 


Uno podía sentirse dentro del banquete del tercer tiempo (**). Uno podía oler la colonia de hombre que gastaban estos tipos tras la ducha del partido. 

Ramón: si puedes oirme desde este blog, escúchame: no nos dejes. Te necesitamos, neng, te necesitamos. Para seguir ilustrándonos, por dios, por caridad, por el poder de Greyskull, Ramón. Porque tú sabes de sobra como el Maki, como Adorno, como yo, que en este mundo, podrido y sin ética, lo único que nos queda a los auténticos es la estética. Fin de la cita.


NOTA BENE:

Bien está la nostalgia por el ruido y la nieve pero he de reconocer que lo maravilloso de nuestro tiempo es que uno puede admirar a Michael Jackson y hacerle llegar su encomio en persona. Corrijo: a Michael Jackson no, pero a Keith Richards sí porque es tan inmortal como el Fénix de Fuencarral. Me haría una ilusión de niño vestido de marinerito si, a base de compartir el artículo, esto llega hasta Ramón. Un abrazo, querido locutor, maestro.


OTRA: 

Para quienes echen de menos algo más de rugby en este artículo, aquí va el España-Nueva Zelanda Maorí del 88 en Chapina. La mejor España y el mejor Ramón. El día en que Shelford se peleó con Bosco Abascal y Malo y Shelford acabaron siendo amigos, y Malo acabó yendo a jugar a las Antípodas.


(*) Del inmortal Allen Ginsberg. Aullido. Si no queréis ser como yo, mozos y mozas, leed.


(**) Banquete del tercer tiempo es exactamente como Ramón lo decía, con el dardo en la palabra para definir la solemnidad de aquellos terceros tiempos de una gira, a los que se acudía de traje y corbata, aunque las camisas acabaran por fuera y las corbatas por la espalda tensadas por el talona simulando que daba un paseo perruno al tercera izquierdo.


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