miércoles, 4 de junio de 2025

De los pilotos de antes, del fallo de Arconada y de la liga amateur de rugby. ¡Fuerza Mesetarians!

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Fuente: https://spainrugbyunion.es/

Este artículo va dedicado a esos aficionados y aficionadas, muchas veces deportistas amateur, que dan vida a los recintos deportivos de las ligas menores, que apoyan y esponsorizan a sus vecinos y amigos, que viajan a donde haga falta para apoyar a su sobrino atleta o a su primo piloto. 

Y en especial a Pepe Sánchez Huertas, primo y espónsor de mi padre en las carreras, fan del Gimnástico de Alcázar y de su sucesor, el Sporting, y que ayudó a montar la humilde infraestructura que permitió colocar un bonito Citroën AX negro,decorado nada menos que por el pintor Miguel Calatayud, el más chulo de la parrilla, en las fórmulas de promoción de Citroën para blasonar el orgullo moñigón y cabezón por Calafat, Jarama y Alcañiz. Fuerza, Pepe. Siempre en nuestro equipo. 

Queridas melonas, queridos melones: 

‘Soy español. ¿A qué quieres que te gane?’, decía una frase acuñada hace unos años cuando comenzábamos a tiranizar el deporte mundial. 

Ganábamos a casi todo. A rugby, por desgracia no, y aún no, aunque hay quien dice que España es un gigante dormido.

Me alegro, por supuesto, de la infancia y juventud que han disfrutado los millenials, los Y y los zeta, que han sido testigos de muchos éxitos deportivos, mas no siempre la realidad fue tan halagüeña.

Los que nacimos entre las olimpiadas de Montreal 76 y el Mundial 82, los que fuimos agraciados, es un decir, con una camiseta de Naranjito y con el traje de Arconada (sí, amigos, se decía traje; traje de portero, el Adidas bicolor de finales de los 70; el traje de portero por antonomasia) no hacíamos más que penar. Éramos un poco masoquistas, clementistas, hijos del Doctor Cabeza y sobrinos nietos de Maguregui, barraqueros, agonías, pupas, cagapenas. Casi parecíamos del Atleti.

Dicho sea sin perjuicio de éxitos estratosféricos obtenidos en aquellos años, como la inolvidable medalla de plata del baloncesto en Los Ángeles 84, o el tour de Francia de Perico.

¡Ay Perico! ¡Quién fuera mozo tan galán y simpático como Perico! ¡Quién bajara las cuestas a un tris de romperse la crisma como las bajaba Perico! ¡Quién recibiera el honor, como él mereció, de que un chef segoviano inventara en su honor ese plato testosterónico que son las criadillas de toro en salsa amarilla! ¡Grande de España Perico Delgado!!

Pero ya digo, los que crecimos en los ochenta teníamos que conformarnos con éxitos deportivos mucho más espaciados, y soportábamos bochornos y fracasos sin cuento. 

Verbigratia: el mundial del Naranjito. ¡Qué ridículo! ¡Qué metedura de pata! 

El Mundial 82 solo valió la pena porque después vino a España Mágico González. Lo demás, algún destello de Eder y Sócrates, la Francia de Giresse y Platini y ya. Sticky rice. 

Y no me discutan, señoras y señores. Si de verdad les gusta el fútbol convendrán que una victoria de Italia es siempre un fracaso del deporte. España 82. Arroz pegao.

En España, históricamente, los deportistas se dividían en dos clases: los hijos atléticos de las grandes sagas aristocráticas y empresariales y aquellos locos con sus viejos cacharros.

El himno de España podía llegar a sonar por obra y gracia de algún apuesto hijo o hija de familia de apellidos ya célebres en el siglo de oro y a veces de origen mixto (español inglés, por ejemplo), lo cual solía suceder en hípica o vela, por ejemplo, y por otra parte, por mérito de aquellos que con increíbles peripecias habían logrado escapar del destino anodino que les reservaba un origen humilde. 

Alfonso Cabeza de Vaca, Marqués de Portago, Fon de Portago, el mejor español en Fórmula 1 hasta la llegada de Fernando Alonso, o Miguel de la Quadra Salcedo, lanzador de jabalina antes que figura televisiva, son ejemplos de la primera categoría: la del gentleman sportman (*), mientras que el Águila de Toledo Federico Martín Bahamontes y el 12 + 1 Ángel Nieto son ejemplos de la segunda: superhéroes de barrio. 

El primero hizo piernas subiendo y bajando al relente y al solano las cuestas toledanas cargando cajas de fruta en la bici; el segundo terminaba su jornada de aprendiz de mecánico en Vallecas para subirse a una Ducson 74 cc y recorrer media España para llegar a una carrera, pasando tanto frío que se colocaba tras el escape de los camiones para calentarse un poco. Dos self made men de libro.

Pues eso que os decía: los ochenta fueron representativos de una época del deporte español mucho más parecida a la de Bahamontes, personaje sanguíneo capaz de dejar a todos sus rivales atrás en la montaña solo para hacer una pausa en la cima, ir a un kiosco y no dejar pasar la ocasión de comerse un heladete o a la de Nieto, pícaro, inteligente, chiquito, matón y cabrón simpático (**), que a la época actual de alto rendimiento, vigorexia, big data y muerte de éxito.

Los españoles que llegaban a la cima, lo hacían partiendo de menos uno, con equipamiento y ayudas que podrían calificarse sin ambages de tercermundistas. A la manera en que se titula un premiado libro, mataban dinosaurios con tirachinas.

Lo típico del deporte español por aquel entonces era la heroíca, la machada, el ‘con dos cojones’. Y que me perdonen los adalides de la corrección política por el uso de este lenguaje machirulo. Está justificado porque hablo de una época en que las cosas eran así, y se hacían ‘a puro huevo’, que diría un Pérez Reverte. Examinen las lectoras y lectores la final de Roland Garros que ganó una Arantxa Sánchez Vicario jovencísima contra una consagrada Stefi Graf y no me digan que no tiene cojones la niña. Más que yo. Como de aquí a Lima.

A los ofendiditos y ofendiditas, ahistóricos adanitas, quincemayitas y otros desmemoriados me permito recordarles que en estos tiempos de los que hablo, Marca tenía una columna de opinión que se llamaba ‘La Machada’, As tenía en su contraportada chicas ligeras de ropa, y cuando a Hugo Sánchez le hablaron del fichaje de Juan Esnáider, el mexicano manifestó su intención de conocer ‘al macho’ que fuera capaz de marcar 35 goles por temporada. Así de sementíferos eran los tiempos y en este contexto se sitúan estas hazañas ‘a puro huevo’. En fin: dada esta explicación solo me queda lamentar que uno, que se toma el trabajo de escribir y jugar al rugby, tenga que pedir perdón por escribir a quienes no leen ni escriben ni juegan siquiera al balompedo. Manda huevos, Federico.

Aclarado esto, diremos que además de éxitos increíbles, lo que con frecuencia nos tocaba soportar a los aficionados eran las cagadas épicas. Epic fails, se dice ahora.

Aquellas ocasiones en que partiendo de la nada se alcanzaban las más altas cotas de la miseria, que diría el más famoso de los Marx. La jiñada, la trompada y el ‘ir pa na’ eran el pan nuestro de cada día. 

¿Se acuerdan del gol de Cardeñosa? ¿Se acuerdan del penalty de Eloy? ¿Se acuerdan del llanto de Blanca Fernández Ochoa? ¿Se acuerdan del ‘Trata de arrancarlo, Carlos’? Yo siempre me acuerdo de Alfonso Arús y su personaje del gafe soltando su legendario y descomunal ‘¡Qué mala sueeeeeeeerteee!’.

Y junto a estos casos de gente talentosa que tuvo un mal día, están aquellos de quienes fueron maestros en su disciplina, dando tardes de gloria a la afición, marcando estilo, paseando clase, pero que no vieron premiada su pericia con las mieles de la victoria. Para ilustrar al lector, sirvan dos ejemplos de motociclismo. 

Ahí tenemos al Tiriti. Carlos Cardús, que perdió el mundial de 250 por poco menos que nada contra el pecoso y mocoso de John Kocinski. 

Pobre Tiriti. Y pobre de mi padre Toni, piloto de motos y coches, siempre con el traje manchado de grasa, como era común entre los aficionados al motor en aquellos tiempos, y pobre de su mecánico y manager, Antonio Cabero, el Doctor de la Moto, y pobre del niño que era yo, que aquella madrugada nos habíamos levantado a la hora de las gallinas solo para ver cómo Carlos rompía la moto y todo se iba a hacer leches. 

Menos mal que para compensar la llantina, tiempo después, mi padre me subió en la BMW del primo Pepe y me llevó a la Torrecica a ver las superbikes y a mi ídolo Joan Garriga. Joder Joan. ¡Pobre de Joan! (***)

Boeing 747 Joan Garriga(****) era un poema sobre la moto. Era la épica, el valor y la gallardía, el arte de la tumbada y la frenada, el nervio y el infarto de la afición, la cual rugía cuando contemplaba la forma agónica de correr, a todo o nada, que tenía este catalán volador. 

Garriga, con peor moto, perdió el mundial frente a Sito. El plomo de Sito: frío, calculador y resultadista.

Sito tendrá dos campeonatos de 250, pero nadie recuerda su pilotaje, y, cuando pasó a 500, no hizo nada. Nada de nada porque una dos tiempos salvaje de aquellas, imprevisible, le quedaba diez tallas grande a alguien incapaz de improvisar, con más miedo que vergüenza. 

Joan, en cambio, pasó unos años peleando con las vacas sagradas de la categoría reina y sus éxitos con la moto gorda le dan mil vueltas a los de Sito, cuando celebrar un cuarto en 500 era como poner una pica en Flandes o un manchego en el Annapurna. Descanse en paz, comecocos, juguete roto, inolvidable Joan.

Pero para cagada épica, mundo injusto, destino cruel y país de catetos que ven la paja en ojo ajeno, lo del fallo de Arconada.

Verán: yo era fan de Arconada y no podía soportar que pusieran a Zubizarreta. Arconada era un portero como no habrá. Tan espectacular como certero. Con un tren inferior digno del de un ciclista de élite, con reflejos felinos y una colocación superlativa. Las paraba todas. Todas menos esa.

Arconada solito y solo Arconada llevó a la selección española a esa final de la Eurocopa del 84, donde había equipos talentosísimos como la Alemania de Rumenigge, la Dinamarca de Elkjaer y Olsen o la Francia de Platini, Tigana, Giresse, Fernandez, Amoros… 

Nuestro equipo era una patata mecánica que solo tenía a su favor la flor en el culo de Miguel Muñoz, que solo Arconada regaba. Y qué vida ésta: cagarla y quedar marcado. Nadar y morir en la orilla. Jesús, María y José.

Todo el mundo habla del fallo de Arconada, y casi nadie habla de que había diez más en el campo que no supieron hacer gran cosa. 

¿Acaso Arconada era malo y en cambio Gordillo, Carrasco, Sarabia y Señor unos cracks?

¿Aguantó acaso Goicoechea la mitad de escarnio por hacer el mal de lo que tuvo que aguantar Arconada por no hacerlo todo bien? 

¿Y su sucesor, Zubizarreta? Portero sobrio de estilo inglés decían. Y tanto. 

Como que no recuerdo verle parar un penalty. Ni se tiraba ni se estiraba ni hacía jamás la heroica.

Parafraseando al viejo Di Stefano y recordando su proverbial mala gaita con los porteros, podríamos decir que su único mérito consistía en no meter para dentro las que ya iban fuera. 

En cuanto a las que iban dentro, Zubizarreta era el perfecto portero de futbolín, cuyo arte consiste en dividir el espacio de la portería en unos seis módulos equivalentes a la anchura del muñequito, de modo que, básicamente cualquier disparo tenía 5 posibilidades de ir dentro por una de ser blocado. 

Si a este 1/6 de efectividad potencial añadimos la colocación, el factor de predicción de la trayectoria dependiende de la observación del movimiento de la pelota, podemos aumentar la ratio a un 3/6, siempre que la pelota viniera por vías pacíficas y constitucionales. 

Si el esférico se endiablaba por arte de la rosca, la folha seca, la cola de caballo, la rabona o el dribbling, Zubizarreta levantaba las manoplas hacia la pelota y hacía una especie de caidita lateral, como diciendo ‘que yo sabía a dónde iba, ¿eh?’

Parar, no paraba una, pero las veía venir. Estilo inglés,sí. Los cojones. 

Hasta Julio Iglesias las habría parado mejor, y lo saben, si no fuera porque siempre le pillaba... Ya saben.

Tengo curiosidad por buscar apoyo de datos para demostrar esta teoría que me acabo de inventar mientras pido que me sujeten el cubata, pero ya saben: no tengo pruebas, pero tampoco dudas. Un español con un cubata en la mano tiene razón y punto. 

Lo siento por Zubizarreta. Le ha tocado aguantarme por desterrar de la portería de la Furia Roja a mi ídolo Arconada. Los más jóvenes, que no le han visto jugar, que tiren de Youtube y comparen las formas cancerbéricas de uno y de otro. O que baje San Pedro y lo vea. 

Creo que el Tiriti Cardús acabó más veces revolcado por la hierba que Zubizarreta, porque al Tiriti también le llamaban 'el bayeta', por esa costumbre de irse al suelo y frenar con la oreja. Pobre Cardús, pero basta ya de cháchara cubalúbrica.

Yo, señoras y señores, ya me conocen, yo, tunante, yo, pecador, happy loser, fracasado proyecto de porterito del Gimnástico de Alcázar, yo, que no pude triunfar en el circo, les digo que sigo acudiendo los domingos a esos campos cutres de preferente, donde las gradas no tienen número, donde los líneas soportan cuñadeces y se ve jugar a un sobrino mientras se bebe de la bota de vino de Cinco Casas y se comen pipas hasta la muerte. 

No me encierren en la localidad numerada de un campo de primera, donde no puedes moverte, ni fumar ni hacer el oso sin molestar al vecino. Bastante tengo con el metro en hora punta. Soy un burro del campo. Mátenme a palos pero no me encierren. 

Adoro las gestas humildes, los ascensos a tercera, ver cómo el Cádiz se salva, los goles de Sergio Camello, las gambetas de Onésimo, los tries de Corletto, las zancadillas francesas, los alas pequeñitos que ensayan por el cerrado.

Lloro con una de Rosendo y hasta una vez voté al Partido Andalucista.

Y miren: resulta que más allá de cualquier jurisdicción, en el borde exterior de la galaxia, en un lugar indeterminado entre el centro y el sur, en lugares como Moguer, Zafra, Gines, San Roque, Miguelturra o Alcázar de San Juan se ha celebrado un año más la Liga Amateur de Rugby organizada por Spain Rugby Union. 

Una liga de los pueblos, que diría Bernabéu. ¿Y por qué se celebran estas ligas ácratas?

Está claro que la federación española no está acertando en las adecuadas fórmulas de organización y apoyo al rugby más humilde; al rugby de verdad y de siempre: el del herrero contra el frutero y el carnicero contra el pescadero. El de la aldea de Astérix. Así que estos caballeros y damas del oval, estos quijotes del ideal se autoorganizan, se buscan la infraestructura proporcionada a sus magras necesidades y celebran con alegría la fiesta de jugar al rugby sin permiso. 

Y en esta liga de frontera, viajando en coches compartidos y durmiendo en alojamientos asequibles, cubriendo distancias dignas de la gira veraniega de una orquesta pachanguera, un equipo manchego se ha hecho de bronce. Terceros. Podium. Ahí es na.

Mesetarians es el nombre elegido para presentarse en liga por los equipos hermanados Arlequines de Miguelturra y Gigantes de La Mancha. Ambos equipos reúnen en cada entrenamiento conjunto jugadores de un área de cien kilómetros.

Piénsenlo bien: uno de un pueblito acá y otros tres de otro acullá esos montes. De las comarcas manchegas del Campo de Calatrava y Campos de San Juan y de Santiago. Se juntan en un coche compartido y hacen carretera para entrenar, y al terminar, en vez de cerveza y whisky, otra vez a la carretera. A esquivar hombrecitos verdes.

Manteniendo viva la llama del rugby allí donde no saben si un ensayo es marcar puntos o es un hacer como que se marcan.

Y esto es rugby, amigos. Esto es pasión y solidaridad, disciplina, respeto e integridad. 

Esto es amor al deporte y a la comunidad. Como diría Ramón Trecet: señoras y señores, pongámonos en pie para aplaudir a los jabalíes de la Meseta Sur.

Disfrutemos de las salidas de ocho de Johnny el Jabato, desde Argamasilla de Alba para el mundo; de los placajes ganadores del Orgullo de Campo de Criptana, José Carlos Checar, a decir de algunos árbitros, duros pero legales; de la fuerza guerrera de delanteros bregados de los aledaños de La Capitalilla como Chendo y Javi Rural; de la polivalencia y la inteligencia en el juego de Álvaro Junior, desde Alcázar de San Juan; del tráfico de melones que dirige con mano de hierro un medio de melé implacable como Juande, desde el Corazón de La Mancha; de la jerarquía y clase del Amado Líder, el diez, D10S padre Víctor Blanco; del rugby hecho samba del centro de España, desde el Campo de Calatrava, el grandísimo Teo; de la senatorial gracia y la sabiduría rugbística de un incombustible como Álvaro Furillo Sr. y del vuelo majestuoso de unos alas de Ébano, con toda la elegancia y la clase de unos príncipes de Mauritania, Bakary y Omar, siempre con las espaldas cubiertas por ese chef y zaguero que es el Mochu, la última esperanza de Argamasilla.

Hoy sois de bronce y mañana seréis de oro. Olé muchachos por vuestro esfuerzo. Os lo habéis currado. Viva La Mancha hasta cuando pierde. Orgullo. Orgullo de pueblo. Vivan los Mesetarians.

(*) Y ambos olímpicos en bobsleigh. ¿Quién lo diría? :)

(**) Aquel que trajo al motociclismo una frase taurina que me acompañará siempre en la vida: parar, templar y mandar.

(***) Sí, queridos. La libertad con que crecimos en la España de los ochenta y principios de los noventa era tal que un padre podía subir de paquete a su chaval de 12 años, con su casquito bien anclado y llevarlo a ver un GP de motociclismo. Y la Guardia Civil te daba las buenas tardes y una palmadita en el casco. 

También era muy común ver a padres y madres con sus chicos y chicas en polígonos y descampados enseñándoles a conducir cualquier cosa. Desde Vespinos a tractores.

Mi viejo, que no se andaba con chiquitas, me llevaba al recinto semiabandonado del parque vial de una autoescuela a las afueras de Campo de Criptana y me enseñaba a montar una Montesa Cota de trial diez veces más grande que yo. Una vez en marcha, no podía pararme hasta llegar a donde me esperaba él, y la parada tenía que ser bien efectuada, con la maniobra de desembragado, frenada y paso a punto muerto perfectamente calibrada porque ¡No llegaba al suelo, coño! Reconozco que éramos un poco ceporros e inconscientes, pero miren qué bello es eso de ‘vuela, pajarito, vuela’ o lo clavas o te la pegas. Eso es instruir deleitando, no me digan que no :-)

(****) En casa de los Román Sánchez, éramos garriguistas todos. A Sito lo respetábamos, pero íbamos con Joan a muerte por su bravura. Y el que más, yo, que con mi rostro ojeroso, mi delgadez y mis ricitos era un miniyó de Joan. ¿Que vaya tela eso de tener por ídolo infantil a un usuario de farlopiña? A ver… Uno: ¿yo qué iba a saber? Dos: de eso se habló más tarde, ventajistas. Tres: los ochenta, amigos, años locos. Cuatro: pocos tours de Francia hubieráis celebrado, sabihondos, si no fuera por la drogaína. No os metáis con Garriga.



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